“¿No sabéis que sois santuario de Dios y que
el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (Iª Corintios 3:16); lo que
nos muestra la Iglesia en este mundo, pero no “del mundo”, es
concretamente “la morada” de Dios por el Espíritu.
(…) La Iglesia “oculta en Dios” es
designada igualmente como un “misterio oculto desde la eternidad”.
(…) En el libro del Apocalipsis,
siete asambleas diferentes son evocadas, que no corresponden a ninguna
organización humana, sino a una institución divina, formando el conjunto de las
siete un único candelabro para el Muy Alto. Estas siete asambleas representan
igualmente las siete fuentes activas de vida, los siete poderes
sacramentales sobre los cuales el edificio sacerdotal se edifica en el
hombre mostrando la Sabiduría de Dios, son las siete columnas producidas
por la piedra de fundación en la que se establece la Iglesia Interior.
(…) Es pues en el corazón del hombre que
debe existir y vivir a partir de ahora la Asamblea de Dios, una Asamblea que no
se relaciona con ninguna organización humana, ni con ningún sistema religioso
resultante de instituciones formadas y moldeadas por los hombres tras el
advenimiento del cristianismo. Es una Iglesia edificada por el Espíritu,
teniendo por único soberano al Divino Reparador, una Iglesia constituida para
adorar al Eterno y estar en comunión con Él; y esta secreta Asamblea de Dios,
esta Iglesia Interior tiene su morada en el corazón del hombre de deseo.
(…) De esta forma, no existe ningún Pontífice o
Patriarca, ningún Gran Sacerdote nombrado por una asociación religiosa mundana,
ningún Soberano humano para esta Iglesia Interior, pues su único Maestro
está en el Cielo, es él quien ha puesto en el alma la piedra fundacional
esencial sobre la cual son edificadas todas las diferentes partes invisibles
del Templo de Dios, Templo donde es alabado el Santo Nombre del Eterno.
(…) El alma regenerada, resucitada por el Nombre
Sagrado, en cuyo seno la Iglesia Invisible ha sido edificada, va a establecer
su morada permanente en el Ser Divino, es decir, el corazón del Templo,
lugar reservado como estancia de la Santa Presencia. Por lo tanto, sólo esta
[estancia] es apropiada para que pueda vivir e irradiar la Iglesia Interior en
nuestro centro, desobstruyendo las vías del Espíritu para dejar un lugar
completo para su acción, permitiendo al poder del Verbo cumplir su obra y
prodigar su luz bienhechora.
De esta forma se impone como regla única y
central para esta Iglesia situada en el corazón del hombre, expresión tan
estrechamente ligada a la vía propuesta por el Filósofo Desconocido: “¡Dejad
lugar al Espíritu!”
Dejad lugar al Espíritu para permitirle iluminar
las profundidades del hombre, alumbrar su edificio, prodigar las santas
bendiciones en el Templo Interior para que, apoyándose sobre las siete
columnas unidas al Cielo, esté en condiciones de hacer circular en nosotros
toda la savia espiritual trascendente, y nutrir el conjunto de nuestros
altares particulares sobre los cuales brillan las leyes de la Divinidad: “¡Dejad
lugar al Espíritu!”
(…) la palabra sagrada proferida, la palabra
sublime reveladora de nuestra verdadera naturaleza, de nuestro estado divino,
siendo pronunciada en el Templo por Aquel que viene “de lo alto” dice para
nosotros la palabra determinante, entonces el Reparador nos concederá “rango
entre sus sacerdotes”, nos declarará solemnemente de la “raza sacerdotal”.
Pero qué nos quedará por hacer a continuación, tras habernos beneficiado, en la
noche del espíritu, después de que el Templo haya sido edificado y consagrado,
y ello a pesar de nuestra miseria y terrible indignidad, de estas recepciones
que nos instituyen “sacerdote” y de la “raza sacerdotal” (…) Esta
indicación consiste simplemente, en el seno de nuestro Templo particular, en envolvernos
con la túnica de los sacerdotes del Templo de Jerusalén (…) Y este
conocimiento representa precisamente la ciencia espiritual verdadera de la
Iglesia Interior, a fin de que se realice en el altar situado en el Santuario
del corazón la divina liturgia en “espíritu” y en “verdad”,
sabiendo, según la indicación evangélica, que: “llega la hora (ya estamos en
ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en
verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren” (Juan
4:23).
El sacerdocio según Louis-Claude de Saint-Martin
* * *
“¡Que tu corazón se ensanche! Busca a Dios;
Él te busca aún más y siempre te buscó primero. ¡Órale! Confía en el éxito de
tu plegaria. Aunque seas débil para orar, ¿el amor no rezaría por ti? Todos los
beneficios del amor se te presentarán. El hombre ingrato los olvida; el hombre
decaído los rechaza; pasa por su lado y los deja atrás. Recibiste un rayo de
ese fuego; se extenderá y te traerá nuevas marcas de ese amor, y un nuevo
calor, cuatro y diez veces más activo. Hombre, ¡levántate! Él te llama; te
reserva un sitio entre sus sacerdotes; te declara de la raza sacerdotal.
Revístete con el efod [1] y la tiara. Comparece ante la
asamblea pleno de la majestuosidad del Señor. Sabrán todos que eres el ministro
de su santidad; y que la voluntad del Señor es que su santidad retome la
plenitud de su dominio. (…) El universo entero reclama ante ti su deuda; no
tardes más en restituir lo que le debes. Ahoga a todos los prevaricadores en el
diluvio de tus lágrimas; solamente en ese mar puede hoy navegar el arca santa.
Solamente así se conservará la familia del justo y la ley de la verdad vendrá
para reanimar toda la tierra”.
(Louis-Claude de Saint-Martin, El Hombre
de Deseo, § 245)
Notas :
[1] Vestidura de lino fino, corta y sin mangas,
más o menos lujosa, que se ponen los sacerdotes del judaísmo sobre todas las
otras y les cubre especialmente las espaldas.