domingo, 31 de julio de 2016

De la divina sabiduría.- Miguel de Molinos (1628-1696)


150. La divina sabiduría es un conocimiento intelectual e infuso de las divinas perfecciones y de las cosas eternas, que más debe llamarse contemplación que especulación. La ciencia es adquirida y engendra la noticia de la naturaleza. La sabiduría es infusa y engendra el conocimiento de la divina bondad. Aquélla quiere conocer lo que no se alcanza sin trabajo y sudor; ésta desea ignorar lo mismo que conoce, aunque lo alcanza todo. Finalmente, los científicos están en el conocimiento de las cosas del mundo detenidos, y los sabios viven en el mismo Dios sumergidos.

151. La razón iluminada en el sabio es una alta y sencilla elevación del espíritu, por donde ve con sencilla y aguda vista todo lo que es a él inferior y cuanto toca a su vida y estado. Esta es la que hace al alma sencilla, ilustrada, uniforme, espiritual y totalmente introvertida y de todo lo criado abstraída. Esta es la que mueve y atrae con suave violencia los corazones de los humildes y dóciles, llenándoles con abundancia de suavidad, paz y dulzura. Finalmente dice el Sabio de ella que le trajo todos los bienes juntos en su compañía: Venerunt mihi omnia bona pariter cum illa (Sap. 7, 11) [“Con ella me vinieron a la vez todos los bienes”].

152. Sabrás que la mayor parte de los hombres vive de la opinión y juzga según la falibilidad de la imaginación y sentido. Pero el sabio juzga todas las cosas según la verdad que hay en ellas, cuyos efectos son entender, concebir, penetrar y transcender todo lo criado, hasta a sí mismo.

153. Es muy propio del sabio obrar mucho y hablar poco.

154. La sabiduría se gusta en las obras y palabras del sabio, porque como es señor absoluto de todas sus pasiones, movimientos y afectos, se manifiesta en todas sus obras como una quieta y agradable agua en la cual se ve lucir la sabiduría con claridad.

155. La inteligencia de las verdades místicas está oculta y cerrada para los hombres puramente escolásticos, porque es ciencia de los santos, la cual no se manifiesta sino a los que aman muy de veras y buscan su propio desprecio. Pero las almas que por abrazar este medio llegaron a ser puramente místicas y verdaderamente humildes penetran hasta las más profundas noticias de la divinidad, y los hombres tanto más se apartan de esta ciencia mística cuanto más sensualmente viven según la carne y sangre.

156. Por ordinario, en el sujeto donde hay mucha ciencia escolástica y especulativa no predomina la divina sabiduría, pero hacen un admirable compuesto cuando entrambas van unidas. Son dignos de veneración y alabanza en la religión los varones doctos que, por la misericordia del Señor, llegaron a ser místicos.

157. Las acciones exteriores de los místicos y sabios que obran más passive que active, aunque les son cruelísima muerte, las ordenan con prudencia, número, peso y medida.

158. Los sermones de los doctos que no tienen espíritu, aunque se compongan de varias fábulas, de descripciones elegantes, de agudos discursos y exquisitos textos, no son de ninguna manera la palabra de Dios sino la de los hombres, con fingido oro adulterada. Estos predicadores corrompen los cristianos, apacentándolos con viento y vanidad, y así unos y otros quedan de Dios vacíos. Estos maestros pacen los vientos de sutilezas venenosas, dando a los oyentes piedras por pan, hojas por frutos, y por verdadero alimento tierra desabrida con venenosa miel mezclada. Estos son los cazadores de la honra, fabricando siempre un ídolo de estimación y aplauso, en vez de solicitar la gloria de Dios y el espiritual provecho.

159. Los que predican con celo y desengaño, predican a Dios; los que predican sin él, se predican a sí. Aquellos que dicen la palabra de Dios con espíritu, la imprimen en el corazón; los que la predican sin él la llegan sólo al oído. No consiste la perfección en enseñarla, sino en obrarla, porque no es más sabio ni más santo el que sabe más verdades, sino el que las ejecuta.

160. Es máxima constante que la divina sabiduría engendra humildad, y la adquirida de los doctos, soberbia.

161. No está la santidad en formar altos y sutiles conceptos de la ciencia y atributos de Dios, sino en el amor de Dios y la negación de la propia voluntad. Por eso se halla más de ordinario la santidad en los sencillos y humildes que en los doctos. ¡Cuántas viejecitas se hallan pobres de ciencia humana y riquísimas de amor divino! ¡Cuántos vanos teólogos se ven sumergidos en su vana sabiduría y pobrísimos de la verdadera luz y caridad!

162. Advierte que es bueno hablar siempre como quien aprende y no como quien sabe, y estima en más que te tengan por ignorante que por sabio y prudente.

163. Aunque los doctos puramente especulativos comprendan por afuera algunas centellitas de espíritu, no salen éstas del fondo sencillo de la eminente y divina sabiduría, la cual aborrece como la muerte las formas y especies. La mezcla de poca ciencia impide siempre la eterna, profunda, pura, sencilla y verdadera sabiduría.

164. Dos son los caminos que guían al conocimiento de Dios; el uno es remoto y el otro próximo. El primero se llama especulación y el segundo contemplación. Los doctos que siguen la científica especulación con la dulzura de los sensibles discursos suben por este medio como pueden a Dios, para que con este socorro puedan amarle. Pero ninguno de los que siguen este camino, que llaman escolástica, llega por él solo a la vía mística ni a la excelencia de la unión, transformación, sencillez, luz, paz, tranquilidad y amor, como llega a experimentar el que es conducido, con la divina gracia, por la vía mística de la contemplación.

165. Estos doctos meramente escolásticos, no saben qué cosa sea espíritu ni perderse en Dios ni han llegado a gustar las suaves ambrosías en el fondo íntimo del alma, donde está su trono y se comunica con increíble, íntima y regalada afluencia. Antes bien, algunos, sin entender esta ciencia (porque nadie la entiende sino el que la gusta), la condenan, y su parecer es seguido, aplaudido y venerado por la falta de luz que hay en el mundo y sobra de ceguedad.

166. El teólogo que no gusta de la dulzura de la contemplación es porque no entra por la puerta que enseña San Pablo cuando dice: Si quis inter vos videtur sapiens esse, stultus fiat ut sit sapiens (1 Ad Corinto 3, 18): Si alguno entre vosotros se tuviere por sabio, hágase necio para serlo; humíllese, reputándose por ignorante.

167. Es regla general, y aun máxima en la mística teología, que primero se ha de alcanzar la práctica que la teórica; primero se ha de experimentar el ejercicio de la sobrenatural contemplación que inquirir el conocimiento e investigar la plena noticia de aquella divina ciencia.

168. Aunque la ciencia mística por ordinario sea de los humildes y sencillos, no por eso son los doctos incapaces, si no se buscan a sí mismos, ni hacen caso de su artificiosa ciencia; y más si se olvidan de ella como si no la tuvieran y sólo la usan en su tiempo y lugar para predicar y disputar cuando importa, y después vacan a la sencilla y desnuda contemplación de Dios, sin forma, figura ni consideración.

169. El estudio que no se ordena sólo para la gloria de Dios es breve camino para el infierno, no por el estudio, sino por el viento de la soberbia que engendra. Miserable es la mayor parte de los hombres de este tiempo, que sólo estudian para satisfacer la insaciable curiosidad de la naturaleza.

170. Muchos buscan a Dios y no le hallan porque les lleva más la curiosidad que la sincera, pura y limpia intención; más desean los consuelos espirituales, que al mismo Dios, y como no le buscan con verdad, ni hallan a Dios ni a los espirituales gustos.

171. El que no procura la total negación de sí mismo no será verdaderamente abstraído y así nunca será capaz de las verdades y luces del espíritu.

172. Son raros los hombres en el mundo que aprecian más el oír que el hablar. Pero el sabio y puro místico no habla sino forzado ni se pone en cosa que no le toca por oficio, y entonces con gran prudencia.

173. El espíritu de la divina sabiduría llena con suavidad, domina con fortaleza y alumbra con excelencia a los que se sujetan a su dirección.

174. Y el alma santa dotada de la divina sabiduría ama todas las cosas no por la apariencia, sino por el grado de bondad y santidad que hay en ellas.

175. Donde mora el divino espíritu siempre se halla la sencillez y la santa libertad. Pero la astucia, la doblez, la ficción, el artificio, la política y mundanos respetos son infierno para los hombres sabios y sencillos.

176. Sabrás que se ha de desapegar y negar de cinco cosas el que ha de llegar a la ciencia mística. La primera, de las criaturas; la segunda, de las cosas temporales; la tercera, de los mismos dones del Espíritu Santo; la cuarta, de sí misma, y la quinta, se ha de despegar del mismo Dios. Esta última es la más perfecta, porque el alma que así se sabe solamente desapegar es la que se llega a perder en Dios, y sólo la que así se llega a perder es la que se acierta a hallar.

177. Más se paga Dios del afecto del corazón que del efecto de las mundanas ciencias. Una cosa es limpiar el corazón de todo aquello que le hace prisionero e impuro y otra hacer ciento y mil cosas, aunque buenas, y santas, sin atender a esta pureza del corazón, que es la principal para alcanzar la divina sabiduría.

178. Muchas almas dejan de llegar a la quieta contemplación, a la divina sabiduría y ciencia verdadera, aunque tienen muchas horas de oración, y comulgan cada día, porque no se entregan del todo a Dios con perfecta desnudez y desapego. Finalmente, hasta que en el fuego de las penas interiores y exteriores se purifique el alma, jamás llegará a la renovación, a la transformación y perfecta contemplación, a la afectiva unión y divina sabiduría.

Guía Espiritual, Libro III, Cap. XVII y XVIII.