La verdad absoluta no existe para el hombre de los sentidos, sólo
existe para el hombre interior y espiritual, el cual posee un sensorium propio, o, dicho más
claramente, posee un sentido interior para percibir la verdad absoluta del
mundo trascendental, un sentido espiritual que percibe los objetos espirituales
tan natural y objetivamente como el sentido exterior percibe los objetos
exteriores.
Este sentido interior del hombre espiritual, este sensorium del mundo metafísico, por desgracia, aún no lo conocen
aquellos que están afuera, se trata de un misterio del reino de Dios.
[…]
Este órgano interno es el sentido intuitivo del mundo trascendental y,
antes de que este sentido de la intuición esté abierto en nosotros, no podemos
tener ninguna certeza objetiva de la verdad más elevada. Este órgano ha sido
cerrado a causa de la caída que arrojó al hombre al mundo de los sentidos. La
materia grosera, que envuelve este sensorium,
es una nube que cubre el ojo interior e incapacita al ojo exterior para la
visión del mundo espiritual. Esta misma materia ensordece nuestro oído
interior, de modo que ya no oímos los sonidos del mundo metafísico, y paraliza
nuestra lengua interior de manera que tampoco podemos ni balbucear las palabras
de fuerza del espíritu que pronunciábamos en otro tiempo, por las que
dominábamos la naturaleza exterior y los elementos.
En la apertura de este sensorium
espiritual está el misterio del Hombre Nuevo, el misterio de la Regeneración y
de la unión más íntima del hombre con Dios; éste es el fin más elevado de la
religión aquí abajo, de esta religión cuyo fin más sublime es unir a los
hombres con Dios, en Espíritu y en Verdad.
[…]
El sensorium externo del
hombre está compuesto de una materia corruptible, mientras que el sensorium interior tiene por sustrato
fundamental una substancia incorruptible, trascendental y metafísica.
El primero es a causa de nuestra depravación y mortalidad, el segundo
es el principio de nuestra incorruptibilidad e inmortalidad.
En los dominios de la naturaleza material y corruptible, la mortalidad
esconde la inmortalidad; así, la materia corruptible y perecedera, es la causa
de nuestro estado miserable.
Para que el hombre sea liberado de esa aflicción, es necesario que el
principio inmortal e incorruptible que está en su interior se exteriorice y
absorba el principio corruptible, a fin de que la envoltura de los sentidos sea
destruida y que el hombre pueda aparecer en su pureza original.
Esta envoltura de la naturaleza sensible es una substancia
esencialmente corruptible que se encuentra en nuestra sangre, forma los lazos
de la carne y esclaviza nuestro espíritu inmortal bajo esta carne frágil.
Esta envoltura puede romperse en mayor o menor medida en cada hombre,
lo que da a su espíritu una mayor libertad para llegar a un conocimiento más
preciso del mundo trascendental.
Hay tres grados sucesivos en la apertura de nuestro sensorium espiritual.
- El primer grado nos eleva al plano moral y al mundo trascendental y opera en nosotros a través de impulsos interiores llamados inspiraciones.
- El segundo grado, que es más elevado, abre nuestro sensorium para recibir lo espiritual y lo intelectual; en este grado el mundo metafísico actúa en nosotros a través de iluminaciones interiores.
- El tercer grado, que es el más elevado y el menos común, abre totalmente al hombre interior. Nos revela el Reino del Espíritu y nos posibilita para experimentar, objetivamente, las realidades metafísicas y trascendentales; ello explica el fundamento de todas las visiones.
Así pues, tenemos el sentido y la objetividad tanto en el interior como
en el exterior. Lo que ocurre es que los objetos y los sentidos son diferentes.
En el exterior, es el móvil animal y sensual el que actúa en nosotros y la
materia corruptible de los sentidos quien sufre su acción.
En el interior, es la sustancia indivisible y metafísica la que penetra
en nosotros y es el ser incorruptible e inmortal de nuestro espíritu quien
recibe sus influencias. Pero, en general, las cosas pasan con tanta naturalidad
en el interior como en el exterior; la ley es la misma en todas partes.
Así como el espíritu, o nuestro hombre interior, tiene otro sentido y
otra objetividad distinta al hombre natural, no extraña que constituya un
enigma para los sabios de nuestro siglo, pues no conocen este sentido y nunca
han tenido la percepción objetiva del mundo trascendental y espiritual. Por
eso, miden lo sobrenatural por el rasero de los sentidos, confunden la materia
corruptible con la substancia incorruptible y sus juicios son necesariamente
falsos al emitirlos sobre un objeto para cuya percepción no tienen sentidos ni
objetividad ni tampoco, por consiguiente, verdad relativa ni verdad absoluta.
[…]
Muchos hombres no tienen ninguna idea acerca de la apertura de
este sensorium interior, como tampoco
la tiene del objeto verdadero e
interior de la vida del espíritu, que
ni conocen ni presienten.
De aquí que les sea imposible saber que se puede aprehender lo
espiritual y lo trascendental; y que podemos ser elevados hasta la visión de lo
sobrenatural.
La verdadera edificación del templo consiste
en destruir la miserable cabaña adámica y en construir el templo de la divinidad;
o sea, en otros términos, desarrollar en nosotros el sensorium interno o el órgano que recibe a Dios; después de este
desarrollo, el principio metafísico e incorruptible reina sobre el principio
terrestre y el hombre empieza a vivir, no ya en el principio del amor propio,
sino en el Espíritu y en la Verdad de quienes él es el templo.
Entonces, la ley moral se convierte en amor
al prójimo y en un hecho; mientras que no es para el hombre natural, exterior y
de los sentidos más que una simple forma de pensamiento. El hombre espiritual,
regenerado en espíritu, lo ve todo en el ser, del que el hombre natural no
tiene más que las formas vacías del pensamiento, el sonido vacío, los símbolos
y la letra, que son imágenes muertas, sin espíritu interior.
El fin más elevado de la religión es la íntima unión del hombre
con Dios, y esta unión es posible incluso aquí abajo; pero sólo lo es por la
apertura de nuestro sensorium interior
y espiritual que dispone nuestro corazón para recibir a Dios.
Estos son grandes misterios que la filosofía ni siquiera sospecha,
y cuya clave no puede encontrarse entre los sabios de escuela.
La Nube sobre el Santuario, Primera Carta