martes, 6 de diciembre de 2016

La ciencia de la verdad.- Tomás de Kempis (1.380-1.471)


Felicidad del que sigue la doctrina o ciencia de Cristo.


1. Dichoso aquel a quien la verdad enseña por sí misma, es decir, no por figuras o palabras fugaces, sino tal como ella es.

2. Nuestra opinión, como nuestro sentido, se engaña con frecuencia, y poco es lo que capta de las cosas que nos rodean.

3. ¿Qué provecho o utilidad reporta el mucho cavilar sobre cosas ocultas y abstrusas, por cuya ignorancia no se nos reprenderá el día del juicio?

4. Es gran insensatez desatender lo útil y necesario, y gustar de ocuparnos en cosas nocivas y de pura curiosidad. Verdaderamente, «teniendo ojos no vemos».

5. ¿Qué nos importa la maraña de «géneros» y «especies» de los dialécticos? Aquel a quien habla el Verbo eterno prescinde y se desentiende de muchas opiniones de escuela.

El Verbo, principio que nos habla.


6. De ese «Verbo único dimanan todas las cosas» y todas proclaman su unidad, y él es el principio que nos habla. Sin él nadie es capaz de entender ni juzgar con rectitud.

7. Aquel para quien todas las cosas son una sola, que todo lo refiere a una sola cosa, que las ve todas en una, puede tener firme el corazón y permanecer pacífico en Dios.

8. ¡Oh verdad, que eres una sola cosa con Dios, haz que viva unido a Ti con un amor inextinguible!

9. Con harta frecuencia siento tedio de leer y oír muchas cosas; y es que en Ti se encuentra todo lo que quiero y deseo.

10. Enmudezcan todos los doctores, callen todas las criaturas en tu presencia; háblame Tú solo, Señor.

Simplificar nuestro interior para entender mejor la verdad.


11. Cuanto más se concentre uno en sí mismo y más simple sea en su interior, tanto más y mayores cosas entenderá sin dificultad, porque recibe de lo alto la luz de la inteligencia.

12. El alma pura, sencilla y constante no se disipa, pese a la multiplicidad de sus ocupaciones, porque todo lo hace por la gloria de Dios y se esfuerza en sustraerse a toda atención hacia sí misma.

13. ¿Quién te embaraza y estorba más que la afección inmortificada de tu corazón?

14. El hombre bueno y piadoso dispone previamente en su interior las obras que debe hacer exteriormente. Y no se deja arrastrar por ellas hacia los deseos de las inclinaciones torcidas, sino que las somete al imperio de la recta razón.

El más rudo combate es vencerse a sí mismo.


15. ¿Quién entabla mayor combate que el que se empeña en vencerse a sí mismo?

16. Y éste debería ser nuestro quehacer primordial: triunfar de nosotros mismos y cobrar cada día mayores fuerzas contra nuestras tendencias, y progresar algún tanto en el bien.

17. Toda perfección en esta vida entraña cierta imperfección, y todos los ejercicios de nuestro entendimiento no carecen de cierta oscuridad.

18. El humilde conocimiento de sí mismo es camino más seguro para llegar a Dios que las profundas disquisiciones de la ciencia.

Más que conocer es preciso conocerse, y más que saber mucho hay que vivir bien.


19. No debe censurarse la ciencia ni el simple conocimiento de lo que es bueno de suyo y fue ordenado por Dios; pero sí que debemos preferir siempre el testimonio de la buena conciencia y una vida virtuosa.

20. Mas como quiera que muchos se preocupan más de saber que de vivir bien, por eso yerran con tanta frecuencia y sacan poco o ningún fruto de su saber.

21. ¡Si desplegaran igual solicitud en desarraigar los vicios y sembrar las virtudes como en promover inútiles controversias! No ocurrirían tantos males y escándalos en el pueblo, ni habría tanta relajación en los monasterios.

22. Ciertamente, en el día del juicio no se nos preguntará qué leímos, sino qué hicimos; ni si hablamos bien, sino cuán santamente vivimos.

Inanidad de la ciencia y gloria humanas.


23. Dime, ¿dónde están ahora aquellos señores y maestros que tan bien conociste cuando aún vivían y florecían en sus estudios?

24. Otros tienen ya las cátedras que ellos ocuparon, y ni aún sé si hay quien de ellos se acuerde siquiera. Mientras vivieron, parecían ser algo en este mundo, pero ahora nadie habla ya de sus vidas y sus glorias.

25. ¡Oh, cuán presto pasa la gloria de este mundo! ¡Ojalá su vida hubiera estado en consonancia con su ciencia! Entonces sí que hubieran estudiado y leído con fruto.

26. ¡Cuántos perecen en el mundo víctimas de su ciencia vana, y por cuidar tan poco del servicio de Dios! Puesto que ambicionan ser más grandes que humildes, se pierden lamentablemente en sus vanos pensamientos.

27. Verdaderamente sólo es grande aquel en quien alienta una gran caridad. Verdaderamente sólo es grande quien se tiene por pequeño y estima en nada los más encumbrados honores.

28. Verdaderamente es sabio y prudente aquel que por ganar a Cristo tiene por escoria todas las cosas de la tierra. Y realmente es sabio quien cumple la voluntad de Dios y renuncia a la suya propia.

Imitación de Cristo
Libro Primero, Cap. 3