viernes, 6 de enero de 2017

Del modo de meditar propio de los contemplativos.- La Nube del No-Saber, Anónimo del siglo XIV.


Los que, sin embargo, están continuamente ocupados en la contemplación, experimentan todo esto de modo diferente. Su meditación se parece más a una intuición repentina o a una oscura certeza. Intuitiva y repentinamente se darán cuenta de sus pecados o de la bondad de Dios, pero sin haber hecho ningún esfuerzo consciente para comprender esto por medio de la lectura u otros medios. Una intuición como esta es más divina que humana en su origen.

De hecho, en este punto no me importa que dejes de meditar tanto en tu naturaleza caída como en la bondad de Dios. Supongo, naturalmente, que estás movido por la gracia y que has pedido consejo para dejar atrás estas prácticas. Pues entonces basta con centrar tu atención en una simple palabra tal como pecado o Dios (u otra que prefieras), y sin la intervención del pensamiento analítico puedes permitirte experimentar directamente la realidad que significa. No emplees la inteligencia lógica para examinar o explicarte esta palabra, ni consientas ponderar sus diferentes sentidos, como si todo ello te permitiera incrementar tu amor. No creo que el razonamiento ayude nunca en la contemplación. Por eso te aconsejo que dejes estas palabras tal cual, como un conjunto, por así decirlo.

Cuando pienses en el pecado, no te refieras a ninguno en particular; sino sólo a ti mismo, y tampoco a nada particular en ti mismo. Creo que esta oscura conciencia global del pecado (refiriéndote sólo a ti mismo, pero de una manera indefinida, como en conjunto) puede incitarte a la furia de un animal salvaje enjaulado. Cualquiera que te observe, sin embargo, no notará ningún cambio en tu expresión y supondrá que estás perfectamente tranquilo y en orden. Sentado, caminando, echado, descansando, de pie o de rodillas aparecerás completamente relajado y en paz.


De la oración personal propia de los contemplativos


El experto contemplativo, pues, no depende del razonamiento discursivo del mismo modo que los principiantes y los poco avanzados. Sus conocimientos surgen espontáneamente sin la ayuda del proceso intelectual, como intuiciones directas de la verdad. Algo similar puede decirse también de su oración. Hablo de su oración personal, no del culto litúrgico de la Iglesia, aunque no quiero dar a entender que se desprecia la oración litúrgica. Por el contrario, el verdadero contemplativo tiene la más alta estima de la liturgia y es cuidadoso y exacto en su celebración, siguiendo la tradición de nuestros padres. Pero estoy hablando ahora de la oración privada y personal del contemplativo. Esta, lo mismo que su meditación, es totalmente espontánea y no depende de métodos específicos de preparación.

Los contemplativos raras veces oran con palabras, y si lo hacen, son pocas. En realidad, cuanto menos mejor. Y además una palabra monosílaba es más adecuada a la naturaleza espiritual de esta obra que las largas. Pues desde ahora el contemplativo se ha de mantener continuamente presente en el más profundo e íntimo centro del alma.

Déjame ilustrar lo que digo con un ejemplo tomado de la vida real. Si un hombre o mujer, aterrorizado por un repentino desastre, toca el límite de sus posibilidades personales, concentra toda su energía en un gran grito de auxilio. En circunstancias extremas como esta, una persona no se entrega a muchas palabras, ni siquiera a las más largas. Por el contrario, reuniendo toda su fuerza, expresa su desesperada necesidad en un grito agudo: "¡Socorro!". Y con esta exclamación suscita efectivamente la atención y la asistencia de los demás.

De manera semejante, podemos entender la eficacia de una palabrita interior, que no llega a pronunciarse o pensarse, pero que surge desde lo hondo del espíritu de un hombre y que es la expresión de todo su ser. (Por lo hondo o profundidad entiendo lo mismo que altura, pues, en el ámbito del espíritu, altura y profundidad, largura y anchura, es lo mismo). Por eso esta simple oración que prorrumpe desde lo hondo de tu espíritu mueve el corazón de Dios todopoderoso con más seguridad que un largo salmo recitado mecánicamente en voz baja.

Este es el significado de aquel dicho de la Escritura: «Una breve oración penetra los cielos».


Cómo y por qué una breve oración penetra los cielos


¿Por qué supones que esta breve oración es tan poderosa como para penetrar los cielos? Sin duda, porque es la oración de todo el ser del hombre. Un hombre que ora como este, ora con toda la altura y profundidad, la largura y la anchura de su espíritu. Su oración es alta porque ora con todas las fuerzas de su espíritu; es profunda, porque ha reunido todo su pensamiento y comprensión en esta palabrita; es larga, porque si este sentimiento pudiera durar estaría gritando siempre como lo hace ahora; es ancha, porque con preocupación universal desea para todos lo que desea para sí mismo.

Con esta oración la persona llega a comprender con todos los santos la largura y la anchura, la altura y la profundidad del Dios eterno, misericordioso, omnipotente y omnisciente, como dice san Pablo. No totalmente, por supuesto, sino parcialmente y de esa manera oscura, característica del conocimiento contemplativo. La largura habla de la eternidad de Dios, la anchura de su amor, la altura de su poder y la hondura de su sabiduría. No ha de extrañarnos, pues, que cuando la gracia transforma de esta manera a una persona a imagen y semejanza de Dios, su creador, su oración sea oída tan rápidamente. Y estoy seguro de que Dios oirá y ayudará siempre a todo hombre que ore como este; sí, aun cuando sea pecador y, por así decirlo, enemigo de Dios. Pero si su gracia le mueve a lanzar este angustiado grito desde la profundidad y la altura, la largura y la anchura de su ser, Dios le escuchará.

Déjame ilustrar lo que estoy diciendo con otro ejemplo. Imagínate que en medio de la noche oyes gritar a tu peor enemigo con todo su ser «¡Socorro!» o «¡Fuego!». Aun cuando este hombre fuera tu enemigo, ¿no te moverías de compasión por la agonía de ese grito y te lanzarías a ayudarle? Sí, por supuesto que lo harías. Y aunque estuvieras en lo más crudo del invierno te apresurarías a apagar el fuego o a calmar su angustia. ¡Dios mío! Si la gracia puede transformar de tal manera a un hombre hasta el punto de poder olvidar el odio y tener tal compasión por su enemigo, ¿qué no deberemos esperar de Dios cuando oiga gritar a una persona desde lo más alto y más bajo, desde lo largo y ancho de su ser? Pues Dios es por naturaleza la plenitud de cuanto nosotros somos por participación. La misericordia de Dios pertenece a la esencia de su ser; por eso decimos que es todo misericordia. Con toda seguridad, pues, podemos esperar confiadamente en él.

Cap. 36, 37 y 38