miércoles, 1 de marzo de 2017

La contemplación trasciende toda razón.- El Libro de la Orientación Particular, Anónimo del siglo XIV


Pero ¿dónde encontrar una persona tan enteramente comprometida y tan firmemente anclada en la fe, tan sinceramente transparente y verdadera que ha reducido su yo a nada, por así decir, y tan exquisitamente alimentada y guiada por el amor de Dios? ¿Dónde encontraremos una persona amante rica en experiencia trascendente que tiene conocimiento vivo de la omnipotencia del Señor, de su inefable sabiduría y bondad radiante? ¿Alguien que perciba la unidad de su presencia esencial en todas las cosas y la unicidad de todas ellas en él, tan bien que someta todo su ser a él, en él, y convencida por su gracia de que si no lo hace nunca será totalmente transparente y sincera en su esfuerzo por reducir a nada su propio yo? ¿Dónde está ese hombre sincero que, llevado de su noble resolución de reducir a nada su propio yo y con el alto deseo de que Dios sea todo en la perfección del amor, merezca experimentar la vigorosa sabiduría y bondad de Dios que le socorre, le ampara y le guarda de sus enemigos de dentro y de fuera? Ese hombre estará ciertamente henchido del amor de Dios y en la plena y final pérdida del yo hasta llegar a nada o menos que nada, si esto fuera posible; y así permanecerá firme y sin que le puedan perturbar ni una actividad febril, ni el trabajo, ni la preocupación por su propio bienestar.

¡Quedaos con vuestras objeciones humanas, hombres de corazón dividido! Aquí tenéis una persona tan tocada por la gracia que puede entregarse a sí misma en un sincero y total olvido de sí. No me digáis que está tentando a Dios por alguna elucubración racional. Decís eso, porque vosotros mismos no os atrevéis a hacerlo. No, contentaos con vuestra vocación a la vida activa; ella os llevará a la salvación. Pero dejad en paz a estas otras personas. Lo que hacen está por encima de la comprensión de vuestra razón, y por lo mismo, no os debéis extrañar o sorprender por sus palabras y obras.

¡Oh, qué vergüenza! ¿Hasta cuándo seguiréis oyendo o leyendo esto sin creerlo y aceptarlo? Me refiero a todo lo que nuestros padres escribieron y hablaron en los tiempos pasados, a lo que es la flor y nata de las Escrituras. O estáis tan ciegos que la luz de la fe ya no puede ayudaros a entender lo que leéis, o estáis tan envenenados por una secreta envidia, que sois incapaces de creer que un bien tan grande pueda llegar a vuestros hermanos y no a vosotros. Creedme, si sois sensatos, estaréis vigilando a vuestro enemigo y sus insidias; pues lo que quiere es que confiéis más en vuestra propia razón que en la antigua sabiduría de nuestros padres verdaderos, el poder de la gracia y los designios de nuestro Señor.

Cuántas veces no habéis leído o escuchado en los santos, sabios y seguros escritos de los padres, que tan pronto como nació Benjamín, su madre, Raquel, murió. Aquí Benjamín representa la contemplación, y Raquel la razón. Cuando uno está tocado por la gracia de la auténtica contemplación (como lo está él en su noble resolución de reducir su yo a nada, y en su alto deseo de que Dios lo sea todo), en cierto sentido podemos decir que la razón muere. ¿Y no habéis leído y oído esto con frecuencia en las obras de varios autores santos y sabios? ¿Qué es lo que os detiene para creerlo? Y si lo creéis, ¿cómo os atrevéis a dejar que vuestro curioso intelecto divague entre las palabras y obras de Benjamín? Porque Benjamín es figura de todos los que han sido arrebatados por encima de sus sentidos en un éxtasis de amor, y de ellos dice el profeta: «Allí Benjamín, el pequeño, abriendo marcha». Os lo advierto: vigilad para que no lleguéis a imitar a esas madres desgraciadas que mataron a sus hijos apenas nacieron. Velad, no sea que os ocurra que acometáis a toda fuerza con vuestro venablo atrevido contra el poder, sabiduría y designios del Señor. Yo sé que sólo queréis realizar sus planes; pero, si no tenéis cuidado, podéis erróneamente destruirlos en la ceguera de vuestra inexperiencia.

En la primitiva Iglesia, cuando la persecución era común, toda clase de personas (sin preparación especial de prácticas piadosas y devocionales) estaban tan maravillosa y espontáneamente tocadas por la gracia, que sin otro recurso ulterior a la razón corrían a la muerte con los mártires. Leemos de artesanos que arrojaron sus herramientas y de niños de escuela que abandonaron sus libros, tan grande era su ansia de martirio. En nuestro tiempo, la Iglesia está en paz, pero ¿es tan difícil creer que Dios puede y quiere tocar los corazones de toda clase de gente con la gracia de la oración contemplativa en el mismo sentido maravilloso e imprevisto? ¿Es tan extraño el que quiera y de hecho haga esto? No, y yo estoy convencido de que Dios en su gran bondad continúa actuando como quiere en los que elige, y de que finalmente podrá verse su bondad en toda su dimensión para asombro de todo el mundo. Y todo el que esté gozosamente determinado a reducir su yo a nada y ansiosamente anhele que Dios sea todo, se verá protegido de la embestida de sus enemigos internos y externos, por la bondad gratuita de Dios mismo. No necesita ordenar sus defensas, pues con una gran fidelidad propia de su bondad, Dios protegerá infaliblemente a aquellos que, absortos en su amor, se han olvidado de sí mismos. ¿Puede sorprendernos, por tanto, que estén tan maravillosamente seguros? No, porque la verdad y la docilidad les han hecho perder el miedo y estar fuertes en el amor.

Pero quien no se atreve a abandonarse a Dios y critica a otros que lo hacen, manifiesta un vacío interior. Porque, o el enemigo ha robado de su corazón la confianza amorosa que debe a su Dios y el espíritu de buena voluntad que debe a sus hermanos cristianos, o de lo contrario no está todavía lo suficientemente anclado en la docilidad y en la verdad para ser un verdadero contemplativo. Tú, sin embargo, no debes temer entregarte a una radical dependencia de Dios ni abandonarte al sueño de la contemplación ciega u oscura de Dios tal cual es, lejos del tumulto del mundo corrompido, del enemigo engañoso y de la carne débil. Nuestro Señor estará a tu lado dispuesto a socorrerte, guardará tus pasos para que no caigas.

No sin razón vinculo esta actividad al sueño. Pues en el sueño las facultades naturales cesan de su trabajo y todo el cuerpo permanece en pleno reposo, reponiéndose y renovándose. De una manera semejante, en este sueño espiritual, esas facultades espirituales siempre en movimiento, la imaginación y la razón, quedan completamente recogidas y vacías del todo. Feliz el espíritu, entonces, pues queda libre para dormir un sueño saludable y descansar en quietud contemplando amorosamente a Dios tal cual es, mientras que todo el hombre interior se repone y renueva maravillosamente.

¿Ves ahora por qué te dije que recogieras tus facultades negándote a trabajar con ellas y, en cambio, ofrecieras a Dios la desnuda y ciega conciencia de tu propio ser? Pero ahora te repito: asegúrate de que está desnuda y no vestida con cualquier idea sobre los atributos de tu ser. Podrías estar inclinado a vestirla con ideas sobre la dignidad y bondad de tu ser o con interminables detalles relativos a la naturaleza del hombre o a la naturaleza de las demás criaturas. Pero, tan pronto como hagas esto, habrás dado pábulo a tus facultades y tendrán la fuerza y oportunidad de conducirte a toda suerte de cosas. Te aviso, antes de que lo experimentes; tu atención quedará dispersa y te encontrarás a ti mismo distraído y abrumado. Guárdate de esta trampa, te lo suplico.

8 y 9