sábado, 11 de marzo de 2017

Los estrechos límites del lenguaje humano ante los frutos de la perfección.- El Libro de la Orientación Particular, Anónimo del siglo XIV


Pero quizá tus insaciables facultades han estado ya ocupadas examinando lo que he dicho sobre la obra contemplativa. Están inquietas porque está por encima de su habilidad y te han dejado perplejo y dubitativo sobre este camino a Dios. En realidad, no ha de sorprender. Porque, en el pasado, dependiste tanto de ellas que ahora no puedes darles de mano fácilmente, aun cuando la obra contemplativa exige que lo hagas. Al presente, sin embargo, veo que tu corazón está turbado e inquieto por todo esto. ¿Es realmente tan grato a Dios como te digo? Y si lo es, ¿por qué? Quiero contestar a todo esto, pero quiero que comprendas que precisamente estas cuestiones surgen de una mente tan inquisitiva que de ningún modo te dejarán en paz para asentir a esta actividad, hasta que su curiosidad no haya sido apaciguada en cierta medida por una explicación racional. Y puesto que este es el caso, no me puedo negar a ello. Complaceré a tu soberbio intelecto, descendiendo al nivel de tu presente comprensión, a fin de que después tú puedas remontarte al mío, confiando en mi orientación y no poniendo trabas a tu docilidad. Apelo a la sabiduría de san Bernardo, quien afirma que la perfecta docilidad no pone trabas.

Pones trabas a tu docilidad cuando vacilas en seguir la orientación de tu padre espiritual antes de que tu propio juicio la haya ratificado. ¡Mira cómo deseo ganar tu confianza! Sí, yo realmente lo quiero y lo conseguiré. Ahora bien, es el amor lo que me mueve, más que cualquier otra habilidad personal, grado de conocimiento, profundidad de comprensión o adelanto en la misma contemplación. De todos modos, espero y pido a Dios que supla mis deficiencias, pues mi conocimiento es sólo parcial mientras que el suyo es completo.

Ahora, para satisfacer tu orgulloso intelecto, cantaré las alabanzas de esta actividad. Créeme, si un contemplativo tuviera lengua y palabras para expresar su experiencia, todos los sabios de la cristiandad quedarían mudos ante su sabiduría. Sí, porque en comparación, todo el conocimiento humano junto aparecería como simple ignorancia. No te sorprendas, pues, si mi desmañada y humana lengua no acierta a explicar su valor de manera adecuada. Y no quiera Dios que la experiencia misma degenere tanto que tenga que adaptarse a los estrechos límites del lenguaje humano. ¡No, no es posible y nunca lo será; y no quiera Dios que yo lo desee alguna vez! Lo que podemos decir de ella no es ella, sino sólo sobre ella. No obstante, puesto que no podemos decir lo que es, tratemos de describirla, para confusión de todos los intelectos soberbios, especialmente del tuyo, que es la razón verdadera por la que escribo esto ahora.

Comenzaré haciéndote una pregunta. Dime, ¿cuál es la sustancia de la perfección última del hombre y cuáles son los frutos de esta perfección? Contestaré por ti. La más alta perfección del hombre es la unión con Dios en la consumación del amor, un destino tan alto, tan puro en sí mismo y tan por encima del pensamiento humano que no puede ser conocido o imaginado tal como es. Siempre que encontramos sus frutos, sin embargo, podemos suponer que se da en abundancia. Al declarar, por tanto, la dignidad de la obra contemplativa sobre las demás, debemos primero distinguir los frutos de la perfección última del hombre.

Estos frutos son las virtudes que deben abundar en todo hombre perfecto. Ahora bien, si estudias cuidadosamente la naturaleza de la obra contemplativa y consideras después la esencia y la manifestación de cada virtud por separado, descubrirás que todas las virtudes se encuentran clara y distintamente contenidas en la contemplación misma, no deterioradas por una voluntad retorcida o egoísta.

No mencionaré aquí ninguna virtud particular, ya que no es necesario y, además, has leído sobre ellas en mis otros libros. Bastará con decir que la obra contemplativa, cuando es auténtica, es ese amor reverente, ese fruto sazonado y cosechado del corazón de un hombre del que te hablé en mi pequeña Carta sobre la Oración. Es la nube del no-saber, el amor secreto plantado hondamente en un corazón indiviso, el Arca de la Alianza. Es la teología mística de Dionisio, lo que él llama su sabiduría y su tesoro, su luminosa oscuridad y su entender no entendiendo. Es lo que te lleva al silencio por encima del pensamiento y de las palabras y lo que hace tu oración sencilla y breve. Y es lo que te enseña a olvidar y repudiar todo lo que es falso en el mundo.

Hay más todavía. Es lo que te enseña a olvidar y repudiar tu mismo yo, según la exigencia del Evangelio: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga». En el contexto de todo lo que hemos venido diciendo sobre la contemplación, es como si Cristo dijera: «El que quiera venir humildemente en pos de mi -a la alegría de la eternidad o al monte de la perfección-...». Cristo fue delante de nosotros porque este era su destino por naturaleza; nosotros vamos en pos de él por gracia. Su naturaleza divina tiene una categoría superior en dignidad que la gracia, y la gracia la tiene más alta que nuestra naturaleza humana. En estas palabras nos enseña que podemos seguirle al monte de la perfección tal como se experimenta en la contemplación, sólo a condición de que él nos llame primero y nos conduzca allí por la gracia.

Esta es la verdad absoluta. Y quiero que entiendas (y otros como tú que puedan leer esto) una cosa muy claramente. Aunque yo te he animado a seguir el camino de la contemplación con simplicidad y rectitud, estoy seguro, no obstante, sin duda o miedo a equivocarme, de que Dios todopoderoso, independientemente de todas las técnicas, ha de ser siempre el agente principal de toda contemplación. Es él quien ha de despertar en ti este don por la gracia. Y lo que tú y otros como tú habéis de procurar es haceros completamente receptivos, consintiendo y sufriendo su divina acción en las profundidades de vuestro espíritu. El consentimiento pasivo y la perseverancia que aportáis a la obra es, sin embargo, una actitud específicamente activa. Pues por la unicidad de tu deseo, dirigido en anhelo constante hacia tu Señor, te abres continuamente a su acción. Todo ello, sin embargo, lo aprenderás por ti mismo a través de la experiencia y de la comprensión de la sabiduría espiritual.

Pero puesto que Dios en su bondad mueve y toca a diferentes personas de diferentes maneras (a algunas a través de causas segundas y a otras directamente), ¿quién se atreve a decir que no pueda tocarte a ti, y a otros como tú, a través y por medio de este libro? Yo no merezco ser su servidor, mas en sus designios misteriosos puede operar a través de mí, si así lo quiere, pues es libre de obrar como le plazca. Pero supongo que, después de todo, no entenderás realmente esto hasta que no te lo confirme tu propia experiencia contemplativa. Digo simplemente esto: prepárate a recibir el don del Señor escuchando sus palabras y dándote cuenta de su pleno significado. «Quien quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo». Y dime, ¿de qué mejor manera puede uno abandonarse y despreciarse a sí mismo y al mundo que negándose a volver su mente hacia lo uno o lo otro ni hacia nada relacionado con ellos?


10 y 11