domingo, 2 de abril de 2017

Signos y pruebas del despertar contemplativo.- El Libro de la Orientación Particular, Anónimo del siglo XIV


Después de todo lo que he dicho sobre las dos vocaciones a la vida de gracia, veo que surge una pregunta en tu mente. Quizá estés pensando algo parecido a esto:

«Dime, por favor, ¿hay uno o más signos que me ayuden a discernir este creciente deseo que siento por la oración contemplativa, y este embriagador entusiasmo que se apodera de mí siempre que oigo hablar o leo sobre él? ¿Es Dios realmente el que me llama a través de ellos a una vida más intensa de gracia tal como la has descrito en este libro, o es que los da como un simple alimento y fuerza para mi espíritu, de forma que pueda esperar sosegadamente y trabajar en esa gracia ordinaria que tú llamas la puerta y la entrada común para todos los cristianos?».

Contestaré lo mejor que pueda.

Ante todo, advertirás que te he dado dos clases de pruebas para discernir si Dios te llama o no espiritualmente a la contemplación. Una era interior y la otra exterior. Mi convicción es que para discernir un llamamiento a la contemplación, ninguna de las dos, por sí sola, es prueba suficiente. Han de ir juntas, indicando las dos la misma cosa, antes de que puedas confiar en ellas sin miedo de equivocarte.

La señal interior es ese deseo creciente por la contemplación que se mete constantemente en tus devociones diarias. Y puedo decirte además lo siguiente sobre este deseo. Es un ciego anhelo del espíritu y, sin embargo, viene acompañado de una especie de visión espiritual que persiste después de él, y que renueva el deseo y lo acrecienta. (Llamo ciego a este deseo, porque semeja la facultad de moción del cuerpo como en el tacto o al andar, que como tú sabes no se dirige directamente a sí mismo y es, por tanto, en cierto sentido, ciego). Así, pues, observa cuidadosamente tus devociones diarias y fíjate en lo que sucede. Si están llenas del recuerdo de tus propios pecados, de consideraciones de la Pasión de Cristo o de otra cosa cualquiera perteneciente a la forma ordinaria de oración cristiana que he descrito anteriormente, has de saber que la intuición espiritual que acompaña y sigue a este ciego deseo es fruto de la gracia ordinaria. Y esta es una señal segura de que Dios todavía no te mueve ni te llama a una vida más intensa de gracia. Te da, más bien, este deseo como alimento y fuerza para seguir esperando tranquilamente y actuando con la gracia ordinaria.

La segunda señal es exterior y se manifiesta como un entusiasmo gozoso que mana desde tu interior, siempre que oyes o lees sobre contemplación. La llamo exterior, porque se origina fuera de ti y entra en tu mente a través de las ventanas de tus sentidos corporales (tus ojos y tus oídos), cuando lees. Por lo que respecta al discernimiento de esta señal, fíjate en si persiste este gozoso entusiasmo, quedando contigo cuando has dejado tu lectura. Si desaparece inmediatamente o poco después y no te persigue en todo lo que haces, sábete que no es un toque especial de la gracia. Si no está contigo cuando vas a dormir y al levantarte, y si no va delante de ti, introduciéndose en todo lo que haces, encendiendo y robando tu deseo, no es la llamada de Dios a una vida más intensa de gracia, más allá de lo que llamo la puerta común y la entrada para todos los cristianos. En mi opinión, su misma transitoriedad demuestra que es simplemente la alegría natural que todo cristiano siente cuando lee u oye sobre la verdad y más especialmente una verdad como esta, que tan profunda y sutilmente habla de Dios y de la perfección del espíritu humano.

Pero si el gozoso entusiasmo que se apodera de ti cuando lees u oyes sobre la contemplación es realmente el toque de Dios que te llama a una vida más alta de gracia, notarás efectos muy diferentes. Será tan abundante que te acompañará al lecho por la noche y se levantará contigo por la mañana. Te seguirá a través del día en todo lo que hagas, penetrando en tus devociones diarias como una barrera entre ellas y tú.

Parecerá además que se presenta simultáneamente con ese ciego deseo que, mientras tanto, sigue creciendo silenciosamente en intensidad. El entusiasmo y el deseo pueden parecer ser parte uno de otro. Tanto es así, que llegarás a pensar que es solamente un deseo lo que tú sientes, aunque dudarás en decir qué es precisamente lo que estás deseando.

Tu personalidad quedará totalmente transformada, tu porte irradiará una belleza interior, y mientras lo sientas nada te entristecerá. Correrías mil kilómetros para hablar con otro del que supieras que efectivamente también lo siente, y, sin embargo, al llegar allí, te encontrarías sin palabras. Que otros digan lo que quieran, tu única alegría sería hablar de ello. Tus palabras serán pocas, pero tan fructuosas y tan llenas de fuego que lo poco que dices llenará al mundo de sabiduría (aunque parezca tontería a los que todavía son incapaces de trascender los límites de la razón). Tu silencio será pacífico, tu conversación provechosa y tu oración secreta en las profundidades de tu ser. Tu autoestima será natural y no estará estropeada por el engaño, tu comportamiento con los demás será cortés y tu risa alegre, como quien goza de todo con la alegría de un niño. Con qué ansia amarás el sentarte aparte, sabedor de que otros, que no comparten tu deseo y atracción, sólo te molestarían. Habrá desaparecido todo deseo de leer y escuchar libros, pues tu único deseo será oír hablar de la contemplación.

Así el deseo creciente de contemplación y el gozoso entusiasmo que te embarga cuando oyes o lees sobre ella se dan la mano y se hacen uno. Cuando estas dos señales (una interior y otra exterior) están de acuerdo, puedes confiar en ellas como prueba de que Dios te llama a entrar dentro y a comenzar una vida más intensa de gracia.

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