Tipos de búsqueda
La búsqueda es «activa» cuando es el hombre quien busca; «pasiva» cuando es
buscado.
La activa a
su vez es doble: externa e interna. Ésta última sobrepasa a la exterior cuanto
el cielo dista de la tierra. Son muy diferentes.
SERMÓN SOBRE LC 15,8 - V37
Búsqueda interna
La búsqueda
interna es muy superior a la externa. Consiste en que el ser humano entre en su
propio fondo, en lo más íntimo de sí mismo, y busque al Señor de la manera que
nos ha sido indicada cuando Él dijo: «El
Reino de los cielos está dentro de vosotros» (Lc 17, 21).
El que
quiere encontrar el Reino -que no es otro que Dios con todas sus riquezas, y su
propia esencia y naturaleza- le debe buscar donde se halla, es decir, en el
fondo más íntimo, en el profundo centro, donde Él está mucho más íntimamente junto
al alma, mucho más presente que ella lo es a sí misma. Este fondo debe ser
buscado y encontrado.
Debe la
persona entrar en esta «casa» renunciando a sus sentidos, a todo lo que le sea
sensible, a todas las imágenes y formas particulares que los sentidos le hayan
dejado impresas. A todas las impresiones de la imaginación y sentidos. Sí:
incluso hay que sobrepasar las representaciones racionales -operaciones de la
razón- que siguen las leyes de la naturaleza y la propia actividad.
SERMÓN SOBRE LC 15,8 - V37
Búsqueda pasiva
Entrar en
esta «casa» no consiste en penetrar alguna que otra vez, para salir enseguida y
ocuparse de las criaturas. Es revolver y estremecer toda la casa. Es la acción
por la cual Dios busca al ser humano.
Todas las
representaciones, todas las formas de cualquier género que fueren, por las que
Dios se hace presente, desaparecen por completo cuando Dios llega a esta casa,
en este fondo interior. Todo eso es desechado como si jamás lo hubiese poseído.
Ideas y luces particulares; lo que hubiere sido manifestado o dado al hombre;
lo que hasta ahora había gustado. Todo cae cuando el Señor entra de este modo
buscando al alma.
Si la
naturaleza puede soportar este derribo siete veces setenta, día y noche; si el
hombre pudiese pasivamente recibir la divina operación que así dispone,
progresaría mucho más que cuanto pueda captar por su inteligencia y por todas
las luces que pudiera él conseguir.
En este derrumbamiento, el hombre que se abre dócilmente, receptivo de la
divina operación, sube más alto de cuanto pudiera imaginar. Por encima del
grado adonde pueden conducirle las obras, las prácticas o buenas intenciones
que hayan sido jamás imaginadas o inventadas.
Sí, aquellos
que llegan hasta aquí, ciertamente, se transforman en los más amables de todos.
La intimidad con Dios les es tan fácil que pueden, en un abrir y cerrar de
ojos, cuando lo desean, replegarse en su interior trascendiendo sus naturales
impresiones.
SERMÓN SOBRE LC 15,8 - V37
Entrar en lo más hondo
Tenéis tanto
que hacer, siempre ocupados en cosas exteriores, esto y lo otro, de acá para
allá. Totalmente a la zaga de los sentidos. No puede tener cabida aquí el
testimonio del que habla el Señor: «Lo
que nosotros hemos visto y oído os los anunciamos» (1Jn 1,3).
Es un testimonio que tiene lugar en el fondo del alma puramente, sin
imágenes, allí donde el Padre Celestial engendra al Hijo, donde las relaciones
divinas se realizan cien mil veces más a prisa que un abrir y cerrar de ojos,
en la mirada de una eternidad siempre nueva, con indescriptible fulgor.
Si alguien
desea experimentarlo, que entre dentro de sí, mucho más allá de las facultades
interiores en acción. Renuncie a toda impresión de fuera y sumérjase en el
fondo [...]
Mis amigos,
siendo así las cosas, permaneced en vosotros mismos, y acatad el testimonio con
toda diligencia. Esto será vuestro gozo.
Has
descendido a lo largo del Rin con deseo de ser un hombre pobre. Pero si tú no
bajas al fondo de ti mismo en completa sumisión al Espíritu Santo, no será por
tus obras exteriores como tú lo vas a conseguir.
Si has vencido al «hombre exterior», vuelve a tu interior, entra en ti
mismo y busca el fondo. Nunca lo hallaras fuera, en las cosas, en tal o tal
manera de actuar ni en las reglas exteriores.
SERMÓN SOBRE JN 3,11 - V60 D
Ante todo,
busca pura y exclusivamente a Dios en todas las cosas. Busca su gloria y nada
de tu interés personal.
En segundo
lugar, en todas tus palabras y obras, ten diligente cuidado de ti mismo,
considera constantemente la profunda nada que tú eres y luego no dejes un
instante de poner tus ojos en el tesoro escondido que en ti llevas.
En tercer
lugar, no te metas en lo que no te pertenece. Recógete en lo profundo y no
salgas de allí. Escucha la voz del Padre que se deja sentir dentro de ti. Te
llama en Él. Y te da tal ciencia que podrás responder a las cuestiones de todos
los sacerdotes de la Iglesia.
¡Son tan claras las luces en el
interior de la persona iluminada...!
SERMÓN SOBRE JN 3,11 - V60 D
Si te
olvidas de lo que hemos hablado aquí prolijamente, recuerda siempre dos cosas:
Primero, sé
humilde puramente y a fondo, interior y exteriormente, no sólo en apariencia y
con palabras, sino en verdad y con plena convicción de inteligencia. Que seas
«nada» a tus ojos en el fondo de tu alma, sin disimulo de ninguna clase.
En segundo
lugar, ten un verdadero amor a Dios, no eso que llamamos «amor conforme a los
sentidos». Sino un amor a fondo, el amor a Dios en lo más interior que sea
posible. Este amor no es la simple atención exterior y sensible, sino la
intención contemplativa, radicada en lo más hondo de la propia voluntad: algo
así como el cazador centra su atención al disparar.
SERMÓN SOBRE JN 3,11 - V60 D
Tenemos aquí
el testimonio: «El Espíritu mismo se une
a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios» (Rm 8,
16).
De nosotros mismos viene el testimonio, como lo dice la Epístola de san
Juan. En este cielo, es decir, el cielo interior, hay un «triple testimonio» (1 Jn 5,7), el Padre, el Verbo y el Espíritu,
que aseguran al justo el ser hijo de Dios. Ellos lucen en el fondo, de donde
viene el testimonio.
SERMÓN SOBRE JN 3,11 - V60 D
Lo dice
claramente el Señor: «El Reino de Dios ya
está dentro de vosotros» (Lc 17, 21). Es decir, en lo más profundo, en el
centro mismo del hondón del alma, más allá de toda operación de las potencias
mentales o actividad de las facultades superiores.
De él nos
dice el Evangelio: «... hablamos de lo
que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no aceptáis
nuestro testimonio» (Jn 3, 11).
SERMÓN SOBRE JN 3,11 - V60 D