lunes, 13 de junio de 2016

La Búsqueda.- Juan Tauler (1300­ - 1361)



Tipos de búsqueda

La búsqueda es «activa» cuando es el hombre quien busca; «pasiva» cuando es buscado.

La activa a su vez es doble: externa e interna. Ésta última sobrepasa a la exterior cuanto el cielo dista de la tierra. Son muy diferentes.

SERMÓN SOBRE LC 15,8 - V37

Búsqueda interna

La búsqueda interna es muy superior a la externa. Consiste en que el ser humano entre en su propio fondo, en lo más íntimo de sí mismo, y busque al Señor de la manera que nos ha sido indicada cuando Él dijo: «El Reino de los cielos está dentro de vosotros» (Lc 17, 21).

El que quiere encontrar el Reino -que no es otro que Dios con todas sus riquezas, y su propia esencia y naturaleza- le debe buscar donde se halla, es decir, en el fondo más íntimo, en el profundo centro, donde Él está mucho más íntimamente junto al alma, mucho más presente que ella lo es a sí misma. Este fondo debe ser buscado y encontrado.

Debe la persona entrar en esta «casa» renunciando a sus sentidos, a todo lo que le sea sensible, a todas las imágenes y formas particulares que los sentidos le hayan dejado impresas. A todas las impresiones de la imaginación y sentidos. Sí: incluso hay que sobrepasar las representaciones racionales -operaciones de la razón- que siguen las leyes de la naturaleza y la propia actividad.
SERMÓN SOBRE LC 15,8 - V37

Búsqueda pasiva

Entrar en esta «casa» no consiste en penetrar alguna que otra vez, para salir enseguida y ocuparse de las criaturas. Es revolver y estremecer toda la casa. Es la acción por la cual Dios busca al ser humano.

Todas las representaciones, todas las formas de cualquier género que fueren, por las que Dios se hace presente, desaparecen por completo cuando Dios llega a esta casa, en este fondo interior. Todo eso es desechado como si jamás lo hubiese poseído. Ideas y luces particulares; lo que hubiere sido manifestado o dado al hombre; lo que hasta ahora había gustado. Todo cae cuando el Señor entra de este modo buscando al alma.

Si la naturaleza puede soportar este derribo siete veces setenta, día y noche; si el hombre pudiese pasivamente recibir la divina operación que así dispone, progresaría mucho más que cuanto pueda captar por su inteligencia y por todas las luces que pudiera él conseguir.

En este derrumbamiento, el hombre que se abre dócilmente, receptivo de la divina operación, sube más alto de cuanto pudiera imaginar. Por encima del grado adonde pueden conducirle las obras, las prácticas o buenas intenciones que hayan sido jamás imaginadas o inventadas.

Sí, aquellos que llegan hasta aquí, ciertamente, se transforman en los más amables de todos. La intimidad con Dios les es tan fácil que pueden, en un abrir y cerrar de ojos, cuando lo desean, replegarse en su interior trascendiendo sus naturales impresiones.

SERMÓN SOBRE LC 15,8 - V37

Entrar en lo más hondo

Tenéis tanto que hacer, siempre ocupados en cosas exteriores, esto y lo otro, de acá para allá. Totalmente a la zaga de los sentidos. No puede tener cabida aquí el testimonio del que habla el Señor: «Lo que nosotros hemos visto y oído os los anunciamos» (1Jn 1,3).

Es un testimonio que tiene lugar en el fondo del alma puramente, sin imágenes, allí donde el Padre Celestial engendra al Hijo, donde las relaciones divinas se realizan cien mil veces más a prisa que un abrir y cerrar de ojos, en la mirada de una eternidad siempre nueva, con indescriptible fulgor.

Si alguien desea experimentarlo, que entre dentro de sí, mucho más allá de las facultades interiores en acción. Renuncie a toda impresión de fuera y sumérjase en el fondo [...]

Mis amigos, siendo así las cosas, permaneced en vosotros mismos, y acatad el testimonio con toda diligencia. Esto será vuestro gozo.

Has descendido a lo largo del Rin con deseo de ser un hombre pobre. Pero si tú no bajas al fondo de ti mismo en completa sumisión al Espíritu Santo, no será por tus obras exteriores como tú lo vas a conseguir.

Si has vencido al «hombre exterior», vuelve a tu interior, entra en ti mismo y busca el fondo. Nunca lo hallaras fuera, en las cosas, en tal o tal manera de actuar ni en las reglas exteriores.
SERMÓN SOBRE JN 3,11 - V60 D

Ante todo, busca pura y exclusivamente a Dios en todas las cosas. Busca su gloria y nada de tu interés personal.

En segundo lugar, en todas tus palabras y obras, ten diligente cuidado de ti mismo, considera constantemente la profunda nada que tú eres y luego no dejes un instante de poner tus ojos en el tesoro escondido que en ti llevas.

En tercer lugar, no te metas en lo que no te pertenece. Recógete en lo profundo y no salgas de allí. Escucha la voz del Padre que se deja sentir dentro de ti. Te llama en Él. Y te da tal ciencia que podrás responder a las cuestiones de todos los sacerdotes de la Iglesia.

¡Son tan claras las luces en el interior de la persona iluminada...!

SERMÓN SOBRE JN 3,11 - V60 D

Si te olvidas de lo que hemos hablado aquí prolijamente, recuerda siempre dos cosas:

Primero, sé humilde puramente y a fondo, interior y exteriormente, no sólo en apariencia y con palabras, sino en verdad y con plena convicción de inteligencia. Que seas «nada» a tus ojos en el fondo de tu alma, sin disimulo de ninguna clase.

En segundo lugar, ten un verdadero amor a Dios, no eso que llamamos «amor conforme a los sentidos». Sino un amor a fondo, el amor a Dios en lo más interior que sea posible. Este amor no es la simple atención exterior y sensible, sino la intención contemplativa, radicada en lo más hondo de la propia voluntad: algo así como el cazador centra su atención al disparar.

SERMÓN SOBRE JN 3,11 - V60 D

Tenemos aquí el testimonio: «El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios» (Rm 8, 16).

De nosotros mismos viene el testimonio, como lo dice la Epístola de san Juan. En este cielo, es decir, el cielo interior, hay un «triple testimonio» (1 Jn 5,7), el Padre, el Verbo y el Espíritu, que aseguran al justo el ser hijo de Dios. Ellos lucen en el fondo, de donde viene el testimonio.

SERMÓN SOBRE JN 3,11 - V60 D

Lo dice claramente el Señor: «El Reino de Dios ya está dentro de vosotros» (Lc 17, 21). Es decir, en lo más profundo, en el centro mismo del hondón del alma, más allá de toda operación de las potencias mentales o actividad de las facultades superiores.

De él nos dice el Evangelio: «... hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio» (Jn 3, 11).

SERMÓN SOBRE JN 3,11 - V60 D