jueves, 30 de marzo de 2017

Sólo Dios es el Agente principal en la contemplación.- El Libro de la Orientación Particular, Anónimo del siglo XIV


Consagro este capítulo a refutar la ignorante presunción de ciertas personas que insisten en que el hombre es el agente principal en todo, incluso en la contemplación. Confiando demasiado en su natural sabiduría y en la teología especulativa, afirman que Dios es el que consiente pasivamente, incluso en esta actividad. Pero quiero que entiendas que en lo que respecta a la contemplación, ocurre todo lo contrario. Dios solo es el agente principal aquí, y no quiere actuar en nadie que no haya dado de mano todo ejercicio de su entendimiento natural entretenido en una especulación inteligente.

No obstante, en toda obra buena, el hombre actúa en colaboración con Dios, sirviéndose de su natural ingenio y conocimiento para su mayor bien. Dios es también aquí totalmente activo, pero aplicando, por decirlo así, una medida diferente. Aquí permite la acción del hombre y la asiste a través de los medios secundarios: la luz de la Escritura, la orientación fiable y los dictados del sentido común que incluyen las exigencias del propio estado, de la edad y las circunstancias de la vida. De hecho, en todas las actividades ordinarias el hombre nunca debe seguir una inspiración, aunque sea piadosa o atractiva, hasta no haberla examinado racionalmente a la luz de estos tres testigos.

Es razonable, ciertamente, esperar a que un hombre sea capaz de actuar responsablemente. [...] 

Así, en todas las actividades ordinarias el ingenio natural y los conocimientos del hombre (dirigidos por la Escritura, el buen consejo y el sentido común) toman iniciativas responsables, mientras Dios con su gracia permite y asiste en todos los asuntos pertenecientes al ámbito de la sabiduría humana. Pero en lo que respecta a la contemplación, ha de rechazarse incluso la más refinada sabiduría humana. Pues aquí Dios solo es el agente principal y él solo toma la iniciativa, mientras que el hombre consiente y sufre su acción divina.

Esta es, pues, mi manera de entender las palabras del Evangelio: «Sin mí, no podéis hacer nada». Significan una cosa en todas las actividades ordinarias y otra completamente diferente en la contemplación. Todas las obras activas (agraden a Dios o no) están hechas con Dios, pero su parte consiste, como si dijéramos, en consentirlas y permitirlas. En la obra contemplativa, sin embargo, la iniciativa le pertenece a él solo, y sólo pide que el hombre consienta y sufra su acción. Puedes tomar esto como principio general: «No podemos hacer nada sin él; nada bueno ni nada malo; nada activo ni nada contemplativo».

Antes de dejar este punto, añadiré que Dios está con nosotros también en el pecado, no porque coopere en nuestro pecado, pues no coopera, sino porque nos permite pecar si es que optamos por ello. Sí, nos deja tan libres que podemos ir a la condenación si, al final, optamos por esto en vez de por un sincero arrepentimiento.

En nuestras buenas acciones hace algo más que simplemente permitir nuestra acción. Nos asiste realmente; para gran mérito nuestro si avanzamos, si bien para vergüenza nuestra si retrocedemos. Y por lo que se refiere a la contemplación, él toma la iniciativa completa, primero para despertarnos, y después, como maestro artesano, para trabajar en nosotros conduciéndonos a la más alta perfección, uniéndonos espiritualmente a él en un amor consumado.

Y así, cuando nuestro Señor dice: «Sin mí, no podéis hacer nada», habla a todos, ya que todos en la tierra caen en uno de estos tres grupos: pecadores, activos o contemplativos. En los pecadores está activamente presente, permitiéndoles obrar como quieren; en los activos está presente, permitiendo y asistiendo, y en los contemplativos, como único dueño, despertándolos y conduciéndolos en esta obra divina.

¡Ay! He empleado muchas palabras y he dicho muy poco. Pero quería que entendieras cuándo has de usar tus facultades y cuándo no. Quería que vieras cómo actúa Dios en ti cuando usas tus facultades y cuando no. Creí que esto era importante porque este conocimiento podría prevenirte de caer en ciertas decepciones que de otra manera podrían enredarte. Y ya que está escrito, dejémoslo así, aun cuando no tiene mayor importancia para nuestro tema. 
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miércoles, 29 de marzo de 2017

A la puerta de la morada del espíritu.- El Libro de la Orientación Particular, Anónimo del siglo XIV

“Porque estrecha es la puerta
 y angosto el camino que lleva a la Vida
y pocos son los que la hallan…”

(Mat 7:14) 

Dime ahora, ¿sigues todavía esperando que tus facultades te ayuden a alcanzar la contemplación? Créeme, ciertamente no ocurrirá así. Las meditaciones imaginativas y especulativas, por sí mismas, nunca te llevarán al amor contemplativo. Por muy extraordinarias, sutiles, hermosas o profundas que sean, y aunque se centren en tus pecados, en la Pasión de Cristo, los gozos de nuestra Señora o de los santos y ángeles del cielo; o en las cualidades, sutilezas y estados de tu ser o del de Dios, son inútiles en la oración contemplativa. Por mi parte prefiero no tener nada más que esa pura y oscura percepción de mi yo de la que te hablé arriba.

Fíjate en que he dicho de mi yo y no de mis actividades. Muchas personas confunden sus actividades con ellos mismos, creyendo que son lo mismo. Pero no es así. El agente es una cosa y sus obras son otra. De la misma manera, Dios, tal como es en sí mismo, es totalmente diferente de sus obras, que son también algo distinto.

Pero, volviendo a mi punto, llegar a la simple conciencia de mi ser es todo lo que deseo, aun cuando ello suponga el peso doloroso del yo y rompa mi corazón con lágrimas, porque sólo experimento mi yo y no a Dios. Prefiero esto con su consiguiente dolor a todos esos sutiles y raros pensamientos e ideas de que el hombre puede hablar o que puede encontrar en los libros, por muy sublimes y agradables que puedan parecer a tu aguda y sofisticada mente. Porque este sufrimiento me inflamará con el deseo amoroso de experimentar a Dios tal cual es.

A pesar de todo, estas meditaciones tienen su lugar y su valor. Un pecador recién convertido y que acaba de comenzar a orar, encontrará en ellas el camino más seguro para el conocimiento espiritual de sí mismo y de Dios. Creo, además, aparte la especial intervención de Dios, que es humanamente imposible para un pecador llegar al reposo pacífico en la experiencia espiritual de sí mismo, hasta no haber ejercitado primero su imaginación y razón en el aprecio de su propio potencial humano, así como en las multiformes obras de Dios, y hasta que no haya aprendido a llorar su pecado y a encontrar su gozo en el bien obrar. Créeme, quien no siga este camino se extraviará. En este caso uno ha de permanecer fuera de la contemplación, ocupado en la meditación discursiva, aun cuando preferiría entrar en el reposo contemplativo que está por encima de ella. Muchos creen erróneamente que han penetrado por la puerta espiritual, cuando, en realidad, siguen todavía fuera. Y lo que es más, permanecerán fuera hasta que no aprendan a buscar la puerta con un amor humilde. Algunos encuentran la puerta y entran antes que otros, no porque posean una entrada especial o un mérito extraordinario, sino simplemente porque el portero les deja entrar.
  
¡Y qué delicioso lugar es esta morada del espíritu! Aquí el mismo Señor no sólo es portero sino también la puerta. Como Dios, es el portero; como hombre, es la puerta. Por eso dice en el Evangelio:

Yo soy la puerta de las ovejas,
si uno entra por mí, estará a salvo;
entrará y saldrá y encontrará pasto.
El que no entra por la puerta
en el redil de las ovejas,
sino que sube por otro lado,
es un ladrón y un salteador.

En el contexto de todo lo que venimos diciendo sobre la contemplación, puedes entender las palabras de nuestro Señor como sigue: «En cuanto Dios, yo soy el portero todopoderoso y por lo mismo, a mí me pertenece determinar quién puede entrar y cómo. Pero preferí prepararle un camino claro y común al rebaño, abierto a todo aquel que quiera venir. Por eso me revestí de una naturaleza humana ordinaria, poniéndome totalmente a disposición de todos, de manera que nadie pudiera excusarse de venir porque no conociera el camino. En mi humanidad, yo soy la puerta, y quien entra por medio de mí será salvo».

Los que deseen entrar por la puerta comenzarán meditando la Pasión de Cristo y aprenderán a llorar sus pecados personales, que motivaron esa Pasión. Que se reprueben a sí mismos arrepintiéndose sinceramente y se muevan a compasión y piedad por su buen maestro, pues habiéndolo merecido ellos, no han sufrido, mientras que él, no mereciéndolo, sufrió tan lastimosamente. Y que levanten sus corazones a recibir el amor y la bondad de su Dios, que prefirió descender tan bajo como para hacerse hombre mortal. Todo el que hace esto entra por la puerta y será salvo. Sea que entre, contemplando el amor y la bondad de la Divinidad, o que salga, meditando los sufrimientos de su humanidad, encontrará pastos espirituales de devoción en abundancia. Sí, y aunque no avance más en esta vida, tendrá mucha devoción, muchísima, para fomentar la salud de su espíritu y llevarle a la salvación.

Algunos, no obstante, rehusarán entrar por esta puerta, pensando llegar a la perfección por otros medios. Tratarán de atravesar la puerta con toda suerte de sabias especulaciones, entregando sus no refrenadas e indisciplinadas facultades a extrañas y exóticas fantasías, con desprecio de la entrada común abierta a todos, de la que hablé más arriba, así como de la guía segura de un padre espiritual. Tal persona (y no me importa quién sea) no sólo es un ladrón nocturno sino un vagabundo de día. Es un ladrón nocturno, porque opera en la oscuridad del pecado. Lleno de presunción, confía en sus ideas y antojos personales más que en el consejo seguro o en la seguridad de esa senda clara y común que he descrito. Es un vagabundo de día, porque disfrazado de una auténtica vida espiritual roba secretamente y se arroga los signos externos y las expresiones de un verdadero contemplativo, mientras que en su vida interior no produce ninguno de sus frutos. También, ocasionalmente, este joven puede sentir una ligera inclinación hacia la unión con Dios, y, cegado por esto, lo toma como una aprobación de lo que hace. En realidad, cediendo a sus deseos incontrolados y rehusando el consejo, se encuentra en una pendiente peligrosísima. Su peligro es todavía mayor al ambicionar cosas que están muy por encima de él y fuera de la senda ordinaria y clara de la vida cristiana. Ya expliqué esta senda a la luz de las palabras de Cristo, al mostrar el lugar y la necesidad de la meditación. La llamé la puerta de la devoción, y te aseguro que es la entrada más segura para la contemplación en esta vida.

Pero volvamos a nuestro tema, que te concierne a ti personalmente y a cuantos compartan tus disposiciones.  

Dime ahora, si Cristo es la puerta, ¿qué deberá hacer el hombre una vez la ha encontrado? ¿Deberá permanecer allí a la espera sin entrar? Contestando en tu lugar, te digo: sí, esto es exactamente lo que debe hacer. Hace bien en seguir estando a la puerta, pues hasta ahora ha vivido una existencia ruda según la carne, y su espíritu se halla corroído por una gran herrumbre. Es justo que espere a la puerta hasta que su conciencia y su padre espiritual estén de acuerdo en que este orín ha sido totalmente quitado. Pero, sobre todo, ha de aprender a ser sensible al Espíritu que le guía secretamente en lo profundo de su corazón y a esperar hasta que el Espíritu mismo le mueva y le llame desde dentro. Esta secreta invitación del Espíritu de Dios es el signo más inmediato y cierto de que Dios llama y mueve a una persona a una vida más alta de gracia en la contemplación.

Pues puede suceder que un hombre lea u oiga sobre la contemplación y sienta incesantemente en sus devociones ordinarias un suave deseo de unirse más íntimamente a Dios, incluso en esta vida, a través de la obra espiritual sobre la que ha leído u oído. Esto indica, ciertamente, que la gracia le está tocando, pues otros oirán o leerán la misma cosa, permaneciendo totalmente inmóviles, sin experimentar deseo especial alguno por ella en sus devociones ordinarias. Estas personas hacen bien en seguir pacientemente a la puerta, como llamados a la salvación pero no aún a su perfección.

Permítaseme a estas alturas una leve digresión para advertirte (y a cualquiera que pueda leer esto) una cosa en particular. Es algo aplicable en todo caso, pero especialmente aquí, donde hago una distinción entre los llamados a la salvación y los llamados a su perfección. Que te sientas llamado a una u otra carece de importancia. Lo que es importante es que atiendas a tu propia llamada y no discutas o juzgues los designios de Dios en la vida de los otros. No te mezcles en sus asuntos: de a quién mueve y llama, y a quién no; de cuándo llama, si pronto o tarde; o de por qué llama a uno y no a otro. Créeme, si te metes a juzgar todo esto que atañe a otras personas, pronto caerás en el error. Presta atención a lo que digo y trata de captar su impor-tancia. Si te llama, alábale y pídele que puedas responder perfectamente a su gracia. Si no te ha llamado todavía, pídele humildemente que lo haga a su debido tiempo. Pero no te atrevas a decirle lo que ha de hacer. Déjale solo. Es poderoso, sabio y lleno de deseo de hacer lo mejor para ti y para todos los que le aman.

Vive en paz en tu propia vocación. Sea que estés esperando fuera en la meditación o entres dentro por la contemplación, no tienes motivo para quejarte; las dos vocaciones son preciosas. La primera es buena y necesaria para todos, aunque la segunda es mejor. Agárrate a ella, pues, si puedes; o mejor dicho, si la gracia te agarra y escuchas la llamada del Señor. Sí, te hablo con toda verdad al decirte esto. Pues abandonados a nosotros mismos podemos caer en forzar orgullosamente la contemplación, lo cual sólo nos lleva a tropezar al final. Sin él, además, es demasiado esfuerzo perdido. Recuerda lo que dice: «Sin mí no podéis hacer nada». Es como si dijera: «Si no os muevo y atraigo yo primero y vosotros no respondéis consintiendo y sufriendo mi acción, nada de lo que hagáis me agradará por completo». Y ya sabes desde ahora que la obra contemplativa que he descrito, por su misma naturaleza, ha de agradar enteramente a Dios.
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sábado, 18 de marzo de 2017

Obrando desde el fondo más íntimo del alma.- Maestro Eckhart (1.260-1.327)


«Dios ha enviado a su Hijo unigénito al mundo»; esto no lo debéis interpretar con miras al mundo exterior, cómo comía y bebía con nosotros; tenéis que comprenderlo con respecto al mundo interior. Así como es verdad que el Padre en su naturaleza simple engendra a su Hijo en forma natural, también es verdad que lo engendra en lo más entrañable del espíritu y esto es el mundo interior. Ahí el fondo de Dios es mi fondo, y mi fondo el de Dios. Ahí vivo de lo mío, así como Dios vive de lo suyo. Para quien mirara alguna vez en este fondo, aunque fuera por un solo instante, para ese hombre mil marcos de oro amarillo amonedado valdrían lo mismo que un maravedí falso. Desde este fondo más entrañable has de obrar todas tus obras sin porqué alguno. De cierto digo: Mientras hagas tus obras por el reino de los cielos o por Dios o por tu eterna bienaventuranza, [es decir], desde fuera, realmente andarás mal. Pueden aceptarte tal cual, pero no es lo mejor. Pues de veras, quien se imagina que recibe más de Dios en el ensimismamiento, la devoción, el dulce arrobamiento y en mercedes especiales, que [cuando se halla] cerca de la lumbre o en el establo, hace como si tomara a Dios, le envolviera la cabeza con una capa y lo empujara por debajo de un banco. Pues, quien busca a Dios mediante determinado modo, toma el modo y pierde a Dios que está escondido en el modo. Pero quien busca a Dios sin modo lo aprehende tal como es en sí mismo; y semejante persona vive con el Hijo y Él es la vida misma. Si alguien durante mil años preguntara a la vida: «¿Por qué vives?»… ésta, si fuera capaz de contestar, no diría sino: «Vivo porque vivo». Esto se debe a que la vida vive de su propio fondo y brota de lo suyo; por ello vive sin porqué justamente porque vive para sí misma. Si alguien preguntara entonces a un hombre veraz, uno que obra desde su propio fondo: «¿Por qué obras tus obras?»… él, si contestara bien, no diría sino: «Obro porque obro».

Donde termina la criatura, ahí Dios comienza a ser. Pues bien, lo único que Dios te exige, es que salgas de ti mismo, en cuanto a tu índole de criatura, y que permitas a Dios ser Dios dentro de ti. La menor imagen de lo creado, que en algún instante se forma dentro de ti, es tan grande como lo es Dios. ¿Por qué? Porque te impide [tener] un Dios entero. Justamente allí donde entra la imagen, Dios debe retirarse así como toda su divinidad. Mas, donde sale la imagen, allí entra Dios. Él desea tanto que tú salgas de ti mismo, en cuanto a tu índole de criatura, como si de ello dependiera toda su bienaventuranza. Pues bien, mi querido hombre, ¿qué daño te hace si le permites a Dios que sea Dios dentro de ti? Sal completamente de ti mismo por amor de Dios, luego Dios saldrá por completo de sí mismo por amor de ti. Cuando estos dos salen, entonces lo que queda es un Uno simple. En este Uno el Padre engendra a su Hijo dentro del manantial más íntimo. Allí sale floreciendo el Espíritu Santo y allí surge dentro de Dios una voluntad que pertenece al alma. La voluntad es libre mientras no se halla afectada por ninguna criatura y por nada que sea criaturidad. Cristo dice: «Nadie asciende al cielo sino Aquel que ha bajado del cielo» (Juan 3, 13). Todas las cosas fueron creadas de [la] nada; por eso su verdadero origen es [la] nada, y en cuanto esta noble voluntad se inclina hacia las criaturas, en tanto se derrama con ellas en su nada.

Ahora cabe preguntar: Esta noble voluntad ¿se derrama hasta un punto tal que nunca puede volver? Los maestros dicen por regla general que nunca volverá, en cuanto se haya derramado junto con el tiempo. Mas yo digo: Toda vez que esta voluntad se aparte de sí misma y de toda criaturidad, volviendo por un solo instante hacia su primer origen, la voluntad se presentará [otra vez] en su recta índole libre y es libre; y en ese instante se recupera todo el tiempo perdido.

A menudo la gente me dice: ¡Rogad por mí! Entonces pienso: ¿Por qué salís? ¿Por qué no permanecéis dentro de vosotros mismos y echáis mano de vuestro propio bien? Si lleváis dentro de vosotros toda la verdad en su esencia.

¡Que Dios nos ayude a permanecer verdaderamente adentro del modo señalado, [y] a poseer toda la verdad inmediatamente y sin distinción en la verdadera bienaventuranza! Amén.
Sermón Vb

Allí donde nunca entró el tiempo, en donde nunca cayó el brillo de una imagen, en lo más entrañable y lo más elevado del alma, crea Dios todo este mundo. Todo cuanto creó Dios hace seis mil años, cuando hizo el mundo, y todo cuanto Dios habrá de crear luego de mil años -con tal de que el mundo exista durante todo ese tiempo- lo crea Dios en lo más entrañable y lo más elevado del alma. Todo lo pasado y todo lo presente y todo lo futuro, lo crea Dios en lo más entrañable del alma. Todo cuanto obra Dios en todos los santos, lo obra en lo más entrañable del alma. El Padre engendra a su Hijo en lo más entrañable del alma, y te engendra a ti junto con su Hijo unigénito [y] no [en condición] inferior. Si he de ser hijo, tengo que ser hijo dentro del mismo ser en que Él es Hijo y en ningún otro.
Sermón XXX

miércoles, 15 de marzo de 2017

Algunos obstáculos a tratar en el camino espiritual.- Willigis Jäger


Es de suma importancia el trato correcto de los senti­mientos y de los traumas. Muchas personas sufren heridas que arrancan desde la infancia o de la vida en pareja, y no todas son conscientes de ello. Pero, una vez que se sientan en el cojín, los traumas afloran obstinadamente a la super­ficie: miedos y emociones que parecían superados hace tiempo aparecen de repente con una fuerza tremenda. Puede que se activen fenómenos físicos y determinados talentos parapsíquicos, tales como las visiones, la precog­nición y la telepatía. En el peor de los casos puede ocurrir, como dije antes, que se deba dar por terminado el camino espiritual o interrumpirlo. Pero para la mayoría será sufi­ciente con aprender a tratar esos problemas y a reducir su intensidad lentamente, sin rechazarlos.

Siempre que estos fenómenos no requieran un trata­miento terapéutico, la regla básica es no rechazarlos, pero tampoco ocuparse de ellos todo el rato; simplemente tomar nota y volver al ejercicio de oración. Habrá dificul­tades si uno se identifica con ellos, si uno se instala en su resentimiento, su rabia o su depresión, pues entonces ya no será tan fácil desembarazarse de ellos. Por consiguien­te, la manera correcta del ejercicio consiste en coger, por así decir, las emociones y miedos de la mano y mirarlos sin decirles ni sí ni no, para crear una distancia con ellos. Si esto se logra, los problemas que han tenido prisioneras a las personas durante decenios se van resolviendo con el tiempo por sí solos. Por supuesto, estas son tan sólo unas cuantas indicaciones de carácter general.

En lo que respecta a los sentimientos positivos o posibles estados de euforia o felicidad, estas sensaciones se convierten a menudo en un obstáculo mayor que las sen­saciones desalentadoras, porque la tentación de identifi­carse con los sentimientos agradables y quedarse apega­dos a ellos es mucho mayor que con los desagradables. Uno cree haber llegado ya muy lejos y está, por lo tanto, menos dispuesto al desprendimiento. Por ello, el autor de “La nube del no saber” aconseja ocultar ante Dios, duran­te el ejercicio, el anhelo de Dios. Algunos participantes encuentran muchas dificultades al tener que desprenderse también de las ideas religiosas, puesto que en nuestra edu­cación religiosa hemos aprendido a orar cultivando pen­samientos y sentimientos piadosos. En la contemplación, sin embargo, estos pensamientos y sentimientos deben ser tratados igual que los pensamientos y sentimientos profanos.

En lo que respecta a la voluntad, juntamente con nuestro intelecto, memo­ria y sentimientos, constituye nuestra estructura del yo. Pero es precisamente esa estructura del yo la que el discí­pulo tiene que relegar en el camino espiritual para poder desprenderse de ella. El yo acota un trozo de la realidad para ocuparse solamente de ella. El ego se parece a una sola octava del piano. Mientras se sigan pulsando las teclas de esta única octava no se podrán escuchar las notas de las demás octavas. Lo malo de la voluntad reside en su inten­to de convertir las exigencias del camino en asunto suyo: entonces se propondrá expresamente desembarazarse del yo, lo cual es una paradoja perversa pues la voluntad no puede desembarazarse de sí misma. Mientras se quiera avanzar en el camino espiritual no se adelantará nada. Solamente adelantará el que se desprenda de la voluntad, y no el que quiera no querer.

La ola es el mar

lunes, 13 de marzo de 2017

El ansia de experimentar solo a Dios y el despojo del yo.- El Libro de la Orientación Particular, Anónimo del siglo XIV


Quiero que entiendas ahora que, aunque al principio te dije que te olvidaras de todo, a excepción de la ciega conciencia de tu desnudo ser, quería llevarte incluso hasta el punto en que te olvidaras también de esto, experimentando así solamente el ser de Dios. Con un ojo fijo en esta última experiencia pude decirte al principio: Dios es tu ser. En aquel momento creí que era prematuro esperar que pudieras levantarte de repente a tan alta conciencia espiritual del ser de Dios. Por eso dejé que subieras hacia él por grados, enseñándote primero a roer la desnuda y ciega conciencia de ti mismo hasta adquirir por la perseverancia espiritual una facilidad en esta obra interior. Sabía que ello te prepararía a experimentar el sublime conocimiento del ser de Dios. Y finalmente, en esta obra, tu único y ardiente deseo debe ser este: el ansia de experimentar sólo a Dios. Es cierto que al principio te dije que cubrieras y vistieras la conciencia de tu Dios con la conciencia de tu propio yo, pero sólo porque eras todavía espiritualmente desmañado y sin desbastar. Con perseverancia en esta práctica, esperaba que crecieras incesantemente en la soledad del corazón hasta que estuvieras dispuesto a despojar, destruir y desnudar totalmente la conciencia personal de todas las cosas, incluso la conciencia elemental de tu propio ser, a fin de que puedas vestirte nuevamente con la graciosa y radiante experiencia de Dios tal como es en sí mismo.

Tal es el proceder de todo verdadero amor. El amante se despojará plenamente de todo, aun de su mismo ser, por aquel a quien ama. No puede consentir vestirse con algo si no es del pensamiento de su amado. Y no es un capricho pasajero. No, desea siempre y para siempre permanecer desnudo en un olvido total y definitivo de sí mismo. Esta es la tarea del amor, si bien sólo el que lo experimente lo podrá entender realmente. Tal es el significado de las palabras de nuestro Señor: «El que quiera amarme, niéguese a sí mismo». Es como si dijera: «El hombre ha de despojarse de su mismo yo, si es que quiere sinceramente ser vestido de mí, pues yo soy el vestido que fluye del amor eterno y sin fin».

Y así, cuando en esta obra empieces a darte cuenta de que percibes y experimentas tu yo y no a Dios, llénate de sincera tristeza y anhela con todo tu corazón ser absorbido totalmente en la experiencia de Dios solo. No ceses de desear la pérdida de ese despreciable conocimiento y conciencia corrupta de tu ciego ser. Ansía huir de ti mismo como de un veneno. Olvida y desprecia tu yo tan despiadadamente como manda el Señor.

No entiendas mal mis palabras. No dije que debas desear no-ser, pues eso sería locura y blasfemia contra Dios. Dije que debes desear perder el conocimiento y la experiencia del yo. Esto es esencial, si quieres llegar a experimentar el amor de Dios tanto como es posible en esta vida. Has de comprender y experimentar por ti mismo que si no pierdes tu yo, no alcanzarás nunca tu meta.

Pues dondequiera que estés, en cualquier cosa que hagas, o de cualquier modo que lo intentes, esa elemental sensación de tu propio ser ciego quedará entre ti y tu Dios. Es posible, por supuesto, que Dios pueda intervenir a veces, llenándote con una experiencia pasajera de él mismo. Pero fuera de estos momentos esta desnuda conciencia de tu ciego ser te pesará y será como una barrera entre ti y tu Dios, lo mismo que al principio de esta obra los variados detalles de tu ser fueron como una barrera para la conciencia directa de tu yo. Entonces te darás cuenta de lo pesado y doloroso que es el peso del yo. Que Jesús te ayude en esa hora, pues tendrás gran necesidad de él.

Toda la miseria del mundo junta te parecerá como nada al lado de esta, pues entonces serás una cruz para ti mismo. Este es, sin embargo, el camino para nuestro Señor y el significado real de sus palabras: «Que el hombre tome su cruz» (la dolorosa cruz del yo), para que después pueda «seguirme a la gloria», o, como si dijéramos, «al monte de la perfección». Pero escucha su promesa: «Le haré saborear la delicia de mi amor en la inefable experiencia de mi divina persona». Fíjate en lo necesario que es llevar este peso doloroso, la cruz del yo. Sólo así estarás preparado para la experiencia trascendente de Dios tal como es y para la unión con él en la consumación del amor.

Y ahora, a medida que esta gracia te toca y te llama, podrás ver y apreciar más y más el valor altísimo de la obra contemplativa.


12 y 13

sábado, 11 de marzo de 2017

Los estrechos límites del lenguaje humano ante los frutos de la perfección.- El Libro de la Orientación Particular, Anónimo del siglo XIV


Pero quizá tus insaciables facultades han estado ya ocupadas examinando lo que he dicho sobre la obra contemplativa. Están inquietas porque está por encima de su habilidad y te han dejado perplejo y dubitativo sobre este camino a Dios. En realidad, no ha de sorprender. Porque, en el pasado, dependiste tanto de ellas que ahora no puedes darles de mano fácilmente, aun cuando la obra contemplativa exige que lo hagas. Al presente, sin embargo, veo que tu corazón está turbado e inquieto por todo esto. ¿Es realmente tan grato a Dios como te digo? Y si lo es, ¿por qué? Quiero contestar a todo esto, pero quiero que comprendas que precisamente estas cuestiones surgen de una mente tan inquisitiva que de ningún modo te dejarán en paz para asentir a esta actividad, hasta que su curiosidad no haya sido apaciguada en cierta medida por una explicación racional. Y puesto que este es el caso, no me puedo negar a ello. Complaceré a tu soberbio intelecto, descendiendo al nivel de tu presente comprensión, a fin de que después tú puedas remontarte al mío, confiando en mi orientación y no poniendo trabas a tu docilidad. Apelo a la sabiduría de san Bernardo, quien afirma que la perfecta docilidad no pone trabas.

Pones trabas a tu docilidad cuando vacilas en seguir la orientación de tu padre espiritual antes de que tu propio juicio la haya ratificado. ¡Mira cómo deseo ganar tu confianza! Sí, yo realmente lo quiero y lo conseguiré. Ahora bien, es el amor lo que me mueve, más que cualquier otra habilidad personal, grado de conocimiento, profundidad de comprensión o adelanto en la misma contemplación. De todos modos, espero y pido a Dios que supla mis deficiencias, pues mi conocimiento es sólo parcial mientras que el suyo es completo.

Ahora, para satisfacer tu orgulloso intelecto, cantaré las alabanzas de esta actividad. Créeme, si un contemplativo tuviera lengua y palabras para expresar su experiencia, todos los sabios de la cristiandad quedarían mudos ante su sabiduría. Sí, porque en comparación, todo el conocimiento humano junto aparecería como simple ignorancia. No te sorprendas, pues, si mi desmañada y humana lengua no acierta a explicar su valor de manera adecuada. Y no quiera Dios que la experiencia misma degenere tanto que tenga que adaptarse a los estrechos límites del lenguaje humano. ¡No, no es posible y nunca lo será; y no quiera Dios que yo lo desee alguna vez! Lo que podemos decir de ella no es ella, sino sólo sobre ella. No obstante, puesto que no podemos decir lo que es, tratemos de describirla, para confusión de todos los intelectos soberbios, especialmente del tuyo, que es la razón verdadera por la que escribo esto ahora.

Comenzaré haciéndote una pregunta. Dime, ¿cuál es la sustancia de la perfección última del hombre y cuáles son los frutos de esta perfección? Contestaré por ti. La más alta perfección del hombre es la unión con Dios en la consumación del amor, un destino tan alto, tan puro en sí mismo y tan por encima del pensamiento humano que no puede ser conocido o imaginado tal como es. Siempre que encontramos sus frutos, sin embargo, podemos suponer que se da en abundancia. Al declarar, por tanto, la dignidad de la obra contemplativa sobre las demás, debemos primero distinguir los frutos de la perfección última del hombre.

Estos frutos son las virtudes que deben abundar en todo hombre perfecto. Ahora bien, si estudias cuidadosamente la naturaleza de la obra contemplativa y consideras después la esencia y la manifestación de cada virtud por separado, descubrirás que todas las virtudes se encuentran clara y distintamente contenidas en la contemplación misma, no deterioradas por una voluntad retorcida o egoísta.

No mencionaré aquí ninguna virtud particular, ya que no es necesario y, además, has leído sobre ellas en mis otros libros. Bastará con decir que la obra contemplativa, cuando es auténtica, es ese amor reverente, ese fruto sazonado y cosechado del corazón de un hombre del que te hablé en mi pequeña Carta sobre la Oración. Es la nube del no-saber, el amor secreto plantado hondamente en un corazón indiviso, el Arca de la Alianza. Es la teología mística de Dionisio, lo que él llama su sabiduría y su tesoro, su luminosa oscuridad y su entender no entendiendo. Es lo que te lleva al silencio por encima del pensamiento y de las palabras y lo que hace tu oración sencilla y breve. Y es lo que te enseña a olvidar y repudiar todo lo que es falso en el mundo.

Hay más todavía. Es lo que te enseña a olvidar y repudiar tu mismo yo, según la exigencia del Evangelio: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga». En el contexto de todo lo que hemos venido diciendo sobre la contemplación, es como si Cristo dijera: «El que quiera venir humildemente en pos de mi -a la alegría de la eternidad o al monte de la perfección-...». Cristo fue delante de nosotros porque este era su destino por naturaleza; nosotros vamos en pos de él por gracia. Su naturaleza divina tiene una categoría superior en dignidad que la gracia, y la gracia la tiene más alta que nuestra naturaleza humana. En estas palabras nos enseña que podemos seguirle al monte de la perfección tal como se experimenta en la contemplación, sólo a condición de que él nos llame primero y nos conduzca allí por la gracia.

Esta es la verdad absoluta. Y quiero que entiendas (y otros como tú que puedan leer esto) una cosa muy claramente. Aunque yo te he animado a seguir el camino de la contemplación con simplicidad y rectitud, estoy seguro, no obstante, sin duda o miedo a equivocarme, de que Dios todopoderoso, independientemente de todas las técnicas, ha de ser siempre el agente principal de toda contemplación. Es él quien ha de despertar en ti este don por la gracia. Y lo que tú y otros como tú habéis de procurar es haceros completamente receptivos, consintiendo y sufriendo su divina acción en las profundidades de vuestro espíritu. El consentimiento pasivo y la perseverancia que aportáis a la obra es, sin embargo, una actitud específicamente activa. Pues por la unicidad de tu deseo, dirigido en anhelo constante hacia tu Señor, te abres continuamente a su acción. Todo ello, sin embargo, lo aprenderás por ti mismo a través de la experiencia y de la comprensión de la sabiduría espiritual.

Pero puesto que Dios en su bondad mueve y toca a diferentes personas de diferentes maneras (a algunas a través de causas segundas y a otras directamente), ¿quién se atreve a decir que no pueda tocarte a ti, y a otros como tú, a través y por medio de este libro? Yo no merezco ser su servidor, mas en sus designios misteriosos puede operar a través de mí, si así lo quiere, pues es libre de obrar como le plazca. Pero supongo que, después de todo, no entenderás realmente esto hasta que no te lo confirme tu propia experiencia contemplativa. Digo simplemente esto: prepárate a recibir el don del Señor escuchando sus palabras y dándote cuenta de su pleno significado. «Quien quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo». Y dime, ¿de qué mejor manera puede uno abandonarse y despreciarse a sí mismo y al mundo que negándose a volver su mente hacia lo uno o lo otro ni hacia nada relacionado con ellos?


10 y 11

miércoles, 1 de marzo de 2017

La contemplación trasciende toda razón.- El Libro de la Orientación Particular, Anónimo del siglo XIV


Pero ¿dónde encontrar una persona tan enteramente comprometida y tan firmemente anclada en la fe, tan sinceramente transparente y verdadera que ha reducido su yo a nada, por así decir, y tan exquisitamente alimentada y guiada por el amor de Dios? ¿Dónde encontraremos una persona amante rica en experiencia trascendente que tiene conocimiento vivo de la omnipotencia del Señor, de su inefable sabiduría y bondad radiante? ¿Alguien que perciba la unidad de su presencia esencial en todas las cosas y la unicidad de todas ellas en él, tan bien que someta todo su ser a él, en él, y convencida por su gracia de que si no lo hace nunca será totalmente transparente y sincera en su esfuerzo por reducir a nada su propio yo? ¿Dónde está ese hombre sincero que, llevado de su noble resolución de reducir a nada su propio yo y con el alto deseo de que Dios sea todo en la perfección del amor, merezca experimentar la vigorosa sabiduría y bondad de Dios que le socorre, le ampara y le guarda de sus enemigos de dentro y de fuera? Ese hombre estará ciertamente henchido del amor de Dios y en la plena y final pérdida del yo hasta llegar a nada o menos que nada, si esto fuera posible; y así permanecerá firme y sin que le puedan perturbar ni una actividad febril, ni el trabajo, ni la preocupación por su propio bienestar.

¡Quedaos con vuestras objeciones humanas, hombres de corazón dividido! Aquí tenéis una persona tan tocada por la gracia que puede entregarse a sí misma en un sincero y total olvido de sí. No me digáis que está tentando a Dios por alguna elucubración racional. Decís eso, porque vosotros mismos no os atrevéis a hacerlo. No, contentaos con vuestra vocación a la vida activa; ella os llevará a la salvación. Pero dejad en paz a estas otras personas. Lo que hacen está por encima de la comprensión de vuestra razón, y por lo mismo, no os debéis extrañar o sorprender por sus palabras y obras.

¡Oh, qué vergüenza! ¿Hasta cuándo seguiréis oyendo o leyendo esto sin creerlo y aceptarlo? Me refiero a todo lo que nuestros padres escribieron y hablaron en los tiempos pasados, a lo que es la flor y nata de las Escrituras. O estáis tan ciegos que la luz de la fe ya no puede ayudaros a entender lo que leéis, o estáis tan envenenados por una secreta envidia, que sois incapaces de creer que un bien tan grande pueda llegar a vuestros hermanos y no a vosotros. Creedme, si sois sensatos, estaréis vigilando a vuestro enemigo y sus insidias; pues lo que quiere es que confiéis más en vuestra propia razón que en la antigua sabiduría de nuestros padres verdaderos, el poder de la gracia y los designios de nuestro Señor.

Cuántas veces no habéis leído o escuchado en los santos, sabios y seguros escritos de los padres, que tan pronto como nació Benjamín, su madre, Raquel, murió. Aquí Benjamín representa la contemplación, y Raquel la razón. Cuando uno está tocado por la gracia de la auténtica contemplación (como lo está él en su noble resolución de reducir su yo a nada, y en su alto deseo de que Dios lo sea todo), en cierto sentido podemos decir que la razón muere. ¿Y no habéis leído y oído esto con frecuencia en las obras de varios autores santos y sabios? ¿Qué es lo que os detiene para creerlo? Y si lo creéis, ¿cómo os atrevéis a dejar que vuestro curioso intelecto divague entre las palabras y obras de Benjamín? Porque Benjamín es figura de todos los que han sido arrebatados por encima de sus sentidos en un éxtasis de amor, y de ellos dice el profeta: «Allí Benjamín, el pequeño, abriendo marcha». Os lo advierto: vigilad para que no lleguéis a imitar a esas madres desgraciadas que mataron a sus hijos apenas nacieron. Velad, no sea que os ocurra que acometáis a toda fuerza con vuestro venablo atrevido contra el poder, sabiduría y designios del Señor. Yo sé que sólo queréis realizar sus planes; pero, si no tenéis cuidado, podéis erróneamente destruirlos en la ceguera de vuestra inexperiencia.

En la primitiva Iglesia, cuando la persecución era común, toda clase de personas (sin preparación especial de prácticas piadosas y devocionales) estaban tan maravillosa y espontáneamente tocadas por la gracia, que sin otro recurso ulterior a la razón corrían a la muerte con los mártires. Leemos de artesanos que arrojaron sus herramientas y de niños de escuela que abandonaron sus libros, tan grande era su ansia de martirio. En nuestro tiempo, la Iglesia está en paz, pero ¿es tan difícil creer que Dios puede y quiere tocar los corazones de toda clase de gente con la gracia de la oración contemplativa en el mismo sentido maravilloso e imprevisto? ¿Es tan extraño el que quiera y de hecho haga esto? No, y yo estoy convencido de que Dios en su gran bondad continúa actuando como quiere en los que elige, y de que finalmente podrá verse su bondad en toda su dimensión para asombro de todo el mundo. Y todo el que esté gozosamente determinado a reducir su yo a nada y ansiosamente anhele que Dios sea todo, se verá protegido de la embestida de sus enemigos internos y externos, por la bondad gratuita de Dios mismo. No necesita ordenar sus defensas, pues con una gran fidelidad propia de su bondad, Dios protegerá infaliblemente a aquellos que, absortos en su amor, se han olvidado de sí mismos. ¿Puede sorprendernos, por tanto, que estén tan maravillosamente seguros? No, porque la verdad y la docilidad les han hecho perder el miedo y estar fuertes en el amor.

Pero quien no se atreve a abandonarse a Dios y critica a otros que lo hacen, manifiesta un vacío interior. Porque, o el enemigo ha robado de su corazón la confianza amorosa que debe a su Dios y el espíritu de buena voluntad que debe a sus hermanos cristianos, o de lo contrario no está todavía lo suficientemente anclado en la docilidad y en la verdad para ser un verdadero contemplativo. Tú, sin embargo, no debes temer entregarte a una radical dependencia de Dios ni abandonarte al sueño de la contemplación ciega u oscura de Dios tal cual es, lejos del tumulto del mundo corrompido, del enemigo engañoso y de la carne débil. Nuestro Señor estará a tu lado dispuesto a socorrerte, guardará tus pasos para que no caigas.

No sin razón vinculo esta actividad al sueño. Pues en el sueño las facultades naturales cesan de su trabajo y todo el cuerpo permanece en pleno reposo, reponiéndose y renovándose. De una manera semejante, en este sueño espiritual, esas facultades espirituales siempre en movimiento, la imaginación y la razón, quedan completamente recogidas y vacías del todo. Feliz el espíritu, entonces, pues queda libre para dormir un sueño saludable y descansar en quietud contemplando amorosamente a Dios tal cual es, mientras que todo el hombre interior se repone y renueva maravillosamente.

¿Ves ahora por qué te dije que recogieras tus facultades negándote a trabajar con ellas y, en cambio, ofrecieras a Dios la desnuda y ciega conciencia de tu propio ser? Pero ahora te repito: asegúrate de que está desnuda y no vestida con cualquier idea sobre los atributos de tu ser. Podrías estar inclinado a vestirla con ideas sobre la dignidad y bondad de tu ser o con interminables detalles relativos a la naturaleza del hombre o a la naturaleza de las demás criaturas. Pero, tan pronto como hagas esto, habrás dado pábulo a tus facultades y tendrán la fuerza y oportunidad de conducirte a toda suerte de cosas. Te aviso, antes de que lo experimentes; tu atención quedará dispersa y te encontrarás a ti mismo distraído y abrumado. Guárdate de esta trampa, te lo suplico.

8 y 9