domingo, 26 de febrero de 2017

Caminarás seguro y tu pie no tropezará.- El Libro de la Orientación Particular, Anónimo del siglo XIV


Entonces caminarás seguro y tu pie no tropezará. Esto significa que cuando, con la experiencia, esta obra interior se hace un hábito espiritual, no serás fácilmente seducido o apartado de ella por las dudas impertinentes de tus facultades naturales, aunque al principio te sea difícil resistirlas. Podríamos expresar esto mismo de la siguiente manera: «Entonces caminarás seguro y tu pie no tropezará ni caerás en ninguna clase de ilusión que surja de la insaciable búsqueda de tus facultades». Y ello porque, como te dije más arriba, en la obra de contemplación toda su búsqueda inquisitiva queda totalmente rechazada y olvidada, a menos que la inclinación humana a la falsía contamine la conciencia desnuda de tu ciego ser y te aparte de la dignidad de esta obra.

Cualquier pensamiento particular de las criaturas que penetre en tu mente, además o en vez de esa simple conciencia de tu desnudo ser (que es tu Dios y tu deseo de él), te arrastra a la actividad de tus sutiles e inquisitivas facultades. Entonces ya no estás totalmente presente a ti mismo ni a tu Dios, y esto aumenta la fragmentación y dispersión de toda concentración en su ser y en el tuyo. Por eso, con la ayuda de su gracia y a la luz de la sabiduría que nace de la perseverancia en esta obra, mantente recogido y abismado en las profundidades de tu ser cuantas veces puedas.

Como ya te he explicado, esta simple obra no es contraria a tus actividades diarias. Con tu atención centrada en la ciega conciencia de tu puro ser unido al de Dios, podrás realizar tus faenas diarias, comer y beber, dormir y pasear, ir y venir, hablar y escuchar, acostarte y levantarte, estar de pie o de rodillas, correr o montar a caballo, trabajar o descansar. En medio de todo esto puedes ofrecer a Dios cada día el más preciado don que puedes hacerle. Esta obra estará en el centro de todo lo que haces, sea activo o contemplativo.

Dice también Salomón en este pasaje que, si te duermes en esta oscura contemplación, lejos del ruido y de la agitación del maligno, del mundo engañador y de la carne frágil, no temerás ningún peligro ni ningún engaño del enemigo. Pues, sin duda, cuando el enemigo te descubra en esta obra, quedará totalmente aturdido, y cegado por una ignorancia de muerte ante lo que haces, se verá arrastrado por una loca curiosidad de averiguarlo. Pero no te preocupes, pues reposarás en la amorosa unión de tu espíritu con el de Dios. Y tu sueño te será bueno; sí, porque te reportará una profunda fortaleza espiritual y un alimento que renovará tanto tu cuerpo como tu espíritu. Salomón confirma esto cuando dice a continuación: es la salud completa para la carne. Quiere decir simplemente que dará la salud a la fragilidad y enfermedad de la carne. Y así será, pues toda enfermedad y corrupción vino sobre la carne cuando el hombre abandonó esta obra. Pero, cuando con la gracia de Jesús (que es siempre el principal agente en la contemplación), el espíritu vuelva a ella, la carne quedará completamente curada. Y debo recordarte que sólo por la misericordia de Jesús y tu amoroso consentimiento podrás esperar conseguirlo. Por eso uno mi voz a la de Salomón cuando habla en este pasaje, y te animo a permanecer firme en esta obra, ofreciendo continuamente a Dios tu pleno consentimiento en la alegría del amor.

No temerás el espanto repentino, ni la agresión de algún malvado... El sabio dice aquí lo siguiente: «No te dejes vencer por el miedo angustioso si el enemigo viene (como vendrá) con repentina saña, golpeando y martilleando en las paredes de tu casa; o si mueve alguno de sus poderosos agentes a que se levanten repentinamente y te ataquen sin previo aviso». Seamos claros en esto: el enemigo se ha de tomar en serio. Todo el que comienza esta obra (no importa quién sea) está expuesto a sentir, oler, gustar u oír algunos efectos sorprendentes amañados por este enemigo en uno u otro de sus sentidos. No te extrañes, por tanto, si llega a suceder. No hay nada que no quiera intentar a fin de echarte abajo de las alturas de una obra tan valiosa. Y por eso te digo que vigiles tu corazón en el día del sufrimiento, esperando con gozosa confianza en el amor de tu Señor. Pues el Señor está a tu lado y tu pie no tropezará. Sí, estará muy cerca de ti, pronto a ayudarte.

Tu pie no tropezará... El pie de que habla aquí es el amor por el cual asciendes a Dios. Y promete que Dios te protegerá a fin de que no seas vencido por los ardides y engaños de tus enemigos. Estos, naturalmente, son el diablo y toda su corte, el mundo engañoso y la carne.

Amigo mío, ¡fíjate! Nuestro poderoso Señor, él que es amor, él que está lleno de sabiduría y de poder, él mismo guardará, defenderá y socorrerá a todos los que se olvidan totalmente de sí mismos y ponen su amor y confianza en él.
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jueves, 23 de febrero de 2017

La alta Sabiduría del Dios trascendente.- El Libro de la Orientación Particular, Anónimo del siglo XIV


Por su misma naturaleza, este ejercicio le abre a uno a la alta sabiduría del Dios trascendente, que desciende amorosamente a las profundidades del espíritu del hombre, uniéndole y ligándole a Dios en delicado y espiritual conocimiento. Como alabanza de esta gozosa y exquisita actividad el sabio Salomón prorrumpe alborozado y dice:

Feliz el hombre que ha encontrado la sabiduría,
dichoso el que alcanza la inteligencia.
Mejor es andar en busca de sabiduría
que en busca de plata.

No hay tesoro escondido que te dé mejor provecho...
Hijo mío, actúa en todo con reflexión y prudencia,
no las pierdas de vista
y te servirán de adorno.

Entonces caminarás seguro y tu pie no tropezará,
no tendrás miedo al acostarte,
reposarás y tu sueño te será bueno.

No temerás el espanto repentino, ni la agresión
de algún malvado.
Yahvé estará a tu lado y cuidará que tu pie
no se prenda en la red.

Explicaré el significado oculto de lo que aquí se dice. Feliz, en verdad, es ese hombre que encuentra la sabiduría que le unifica y le une a Dios. Feliz aquel que ofreciendo a Dios la oscura conciencia de su propio yo enriquece su vida interior con una ciencia amorosa, delicada y espiritual que trasciende con mucho todo conocimiento connatural o adquirido. Vale mucho más esta sabiduría y el sosiego de esta obra interior, llena de delicadeza y de finura, que poseer oro y plata. En este pasaje, el oro y la plata simbolizan todo conocimiento de los sentidos y del espíritu. Nuestras facultades espirituales adquieren este oro y plata concentrándose en las cosas que están o por debajo de nosotros o dentro de nosotros o al mismo nivel que nosotros, en las meditaciones sobre los atributos del ser de Dios o el ser de las criaturas.

Después continúa diciendo por qué esta obra interior es mejor, al afirmar que es el primero y más puro de los frutos del hombre. Y no es extraño si tienes en cuenta que la alta sabiduría espiritual conseguida en este trabajo brota libre y espontáneamente del fondo más profundo e íntimo del espíritu. Es una sabiduría oscura e informe, que está muy lejos de todas las fantasías de la razón o de la imaginación. Jamás la fatiga y el esfuerzo de las facultades naturales serán capaces de producir algo semejante. Pues lo que producen, por sublime o sutil que sea, comparado con esta sabiduría, es poco más que la fingida vacuidad de la ilusión. Está tan distante de la verdad, visible a la luz radiante del sol espiritual, como la palidez de los rayos de la luna en una noche de invierno lo están del esplendor del sol en el día más claro en pleno verano.

Luego Salomón prosigue aconsejando a su hijo guardar esta ley y consejo, en que están perfectamente contenidos todos los mandamientos y leyes del Antiguo Testamento, sin esforzarse de modo especial en concentrarse en alguno de ellos en particular. Esta obra interior se llama ley simplemente porque incluye en sí misma todas las ramas y frutos de la ley entera. Pues si la examinas con detenimiento, podrás averiguar que su vitalidad está enraizada y fundamentada en el glorioso don del amor que es, como enseña el Apóstol, la perfección de toda ley. «La perfección de la ley es el amor».


Te digo, pues, que si guardas esta ley del amor y este consejo vivificador, será realmente la vida de tu espíritu, como dice Salomón. En tu interior conocerás el reposo de morar en el amor de Dios. Hacia él exteriormente, toda tu personalidad unificada irradiará la belleza de su amor, pues con una fidelidad indefectible te inspirará la respuesta más adecuada en tu trato con tus hermanos cristianos. Y de estas dos actividades (el amor interior de Dios y la expresión externa de tu amor a los demás) penden toda la ley y los profetas, como dicen las Escrituras. Después, a medida que te perfecciones en la obra del amor, tanto de dentro como de fuera, irás adelantando en tu camino apoyado en la gracia (tu guía en este viaje espiritual), ofreciendo amorosamente tu ciego y puro ser al glorioso ser de tu Dios. Aunque son distintos por naturaleza, la gracia los ha hecho uno.
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domingo, 19 de febrero de 2017

Ofrece las primicias de tus frutos.- El Libro de la Orientación Particular, Anónimo del siglo XIV


Has llegado a un punto en que tu ulterior crecimiento en la perfección exige que no alimentes tu mente con meditaciones sobre los múltiples aspectos de tu ser. En el pasado, estas meditaciones piadosas te ayudaban a entender algo de Dios. Alimentaban tu afecto interior con una suave y deliciosa atracción hacia él y a las cosas espirituales, y llenaban tu mente de una cierta sabiduría espiritual. Pero ahora es importante que te concentres seriamente en el esfuerzo de morar continuamente en el centro profundo de tu espíritu, ofreciendo a Dios la conciencia ciega y desnuda de tu ser, que yo llamo las primicias de tus frutos. Si haces esto, y lo puedes hacer con la ayuda de la gracia de Dios, confía en que la recomendación que Salomón te hace, de alimentar al pobre con las primicias de tus frutos, se realizará puntualmente, tal como promete; y todo sin que tus facultades interiores tengan que buscar o escudriñar minuciosamente entre los atributos de tu ser o del de Dios.

Quiero que entiendas claramente que en esta obra no es necesario indagar hasta el más mínimo detalle sobre la existencia de Dios ni tampoco de la tuya. Pues no hay nombre, ni experiencia, ni intuición tan afín a la eternidad de Dios como la que tú puedes poseer, percibir y experimentar de hecho en la ciega conciencia amorosa de esta palabra: ES. Descríbelo como quieras: como Señor bueno, amable, dulce, misericordioso, justo, sabio, omnisciente, fuerte, omnipotente; o como conocimiento sumo, sabiduría, poder, fuerza, amor o caridad, y encontrarás todo esto junto escondido y contenido en esta palabrita: ES. Dios en su misma existencia es todas y cada una de estas cosas. Si hablaras de él de mil maneras diferentes, no irías más allá ni aumentarías el significado de esta única palabra: ES. Y si no usaras ninguna de ellas, no habrías quitado nada de la misma. Sé, pues, tan ciego en la amorosa contemplación del ser de Dios como lo eres en la desnuda conciencia de ti mismo. Cesen tus facultades de inquirir minuciosamente en los atributos de su ser o del tuyo. Deja esto atrás y dale culto enteramente con la sustancia de tu alma: todo lo que eres, tal cual eres, ofrecido a todo lo que él es, tal cual es. Pues tu Dios es el ser glorioso de sí mismo y de ti, en su ser totalmente simple y puro.

Así es como podrás juntar todas las cosas, y de una manera maravillosa, glorificarás a Dios con él mismo, puesto que lo que eres lo tienes de él y es él, él mismo. Tuviste, naturalmente, un comienzo -ese momento en el tiempo en que te creó de la nada-, pero tu ser ha estado y estará siempre en él, desde la eternidad y por toda la eternidad, pues él es eterno. Y por tanto, seguiré gritando esta sola cosa:

Honra a Yahvé con tus riquezas
con las primicias de todas tus ganancias:
tus trojes se llenarán de grano
y rebosará de mosto tu lagar.

La promesa contenida en estas últimas palabras es que tu afecto interior quedará colmado con una abundancia de amor y una bondad práctica que manará de tu vida en Dios, el cual es el fondo de tu ser y la simplicidad de tu corazón.

Y rebosará de mosto tu lagar. Este lagar son tus facultades espirituales interiores. Antes tú las forzabas y las violentabas con toda clase de meditaciones y búsqueda racional en un esfuerzo de conseguir alguna comprensión espiritual de Dios y de ti mismo, de sus atributos y de los tuyos. Pero ahora están llenas y rebosan de mosto. La Sagrada Escritura habla de este vino y lo interpreta místicamente como esa sabiduría espiritual que destila la contemplación profunda y el paladeo excelso del Dios trascendente.

Y de qué modo tan espontáneo, gozoso y sin esfuerzo sucederá esto a través de la acción de la gracia. Ya no es necesario tu rudo esfuerzo, pues por la eficacia de esta gentil, oscura y contemplativa obra, los ángeles te traerán la sabiduría. Sí, el conocimiento de los ángeles está especialmente dirigido a este servicio, como una criada a su señora.
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miércoles, 15 de febrero de 2017

Ofrécete a Dios tal como eres.- El Libro de la Orientación Particular, Anónimo del siglo XIV


A veces me río de mí mismo (si bien no sin un toque de tristeza) y me maravillo de los que afirman que te escribo a ti y a otros una complicada, difícil, elevada y extraña doctrina, sólo inteligible para unos pocos espíritus inteligentes y altamente preparados. No es ciertamente la gente sencilla y sin formación la que dice esto; son los sabios y los teólogos competentes. A estos en particular quiero contestar.

Es una gran pena y un comentario bien triste sobre la situación de aquellos supuestamente consagrados a Dios el que, en nuestros días, no sólo unos pocos sino casi todos (a excepción de uno o dos amigos especiales de Dios, encontrados aquí y allá) están tan ciegos por una loca contienda sobre la más reciente teología o los descubrimientos de las ciencias naturales, que no pueden siquiera entender la verdadera naturaleza de esta simple práctica. Una práctica tan simple que incluso el rústico más analfabeto puede encontrar en ella un camino a la unión real con Dios en la dulce simplicidad del perfecto amor. Por desgracia, esta gente sofisticada es tan incapaz de entender esta verdad con un corazón simple, como lo es un niño que comienza a deletrear el abecedario para entender las exposiciones intrincadas de teólogos eruditos. Pero, en su ceguera, insisten en llamar a este simple ejercicio profundo y sutil; si lo examinaran con profundidad y de una manera sensata descubrirían que es tan claro y sencillo como una lección de principiante.

Es ciertamente un plato de principiante, y considero desesperadamente estúpido y obtuso al que no puede pensar y sentir que es o existe, no cómo o qué es, sino que es o existe. Esta elemental autoconciencia la posee por naturaleza la vaca más estúpida o la bestia más irracional. (Hablo en broma, naturalmente, pues no podemos decir que un animal es más estúpido o más irracional que otro). Pero sólo el ser humano puede darse cuenta y experimentar esta existencia personal suya que es única, porque el hombre es una criatura aparte en la creación, estando muy por encima de todas las bestias y siendo la única criatura dotada de razón.

Así, pues, abísmate en lo más profundo de tu alma y piensa en ti de esta manera simple y elemental. (Otros, refiriéndose a lo mismo, desde su propia experiencia, hablan del «ápice» del alma, y llaman a esta conciencia la «más alta sabiduría humana»). De todos modos, no pienses en lo que eres sino que eres o existes. Pues sin duda percibir lo que eres exige el esfuerzo de tu inteligencia y una buena dosis de reflexión y sutil introspección. Pero esto ya lo has hecho bastante tiempo con la ayuda de la gracia; y hasta cierto punto (en la medida en que te es necesario por el momento) entiendes lo que realmente eres -un ser humano por naturaleza, y un ser despreciable, caído por el pecado, digno de compasión-. Tú sabes bien esto. Y probablemente crees también que tú solo conoces demasiado bien, por experiencia, los vicios que siguen y se apoderan del hombre a causa del pecado. ¡Recházalos! ¡Olvídalos, te lo ruego! No reflexiones más sobre ellos por miedo a contaminarte. Recuerda, más bien, que posees una habilidad innata para conocer que eres o existes, y que puedes experimentar esto sin ninguna disposición especial natural o adquirida.

Olvídate de tu miseria y de tus pecados, y a este simple nivel elemental piensa sólo que eres lo que eres. Presumo, naturalmente, que has sido debidamente absuelto de tus pecados, generales y particulares, como exige la santa Iglesia. De lo contrario, yo nunca aprobaría el que tú u otro cualquiera iniciarais esta obra. Pero si piensas que has hecho lo que debías en esta materia, sigue adelante. Quizá sientas todavía el peso de tu pecado y miseria tan terriblemente que llegues a dudar de lo que es mejor para ti, pero haz como te digo.

Toma al buen Dios tal como es, tan sencillo como una cataplasma común, y aplícala a tu «yo» enfermo, tal como eres. O, si me permites decirlo de otra manera, levanta tu «yo», tal como eres, y que tu deseo llegue a tocar al Dios bueno y misericordioso, tal cual es, ya que tocarle es salud eterna. La mujer del Evangelio testifica esto cuando dice: «Con sólo tocar la orla de su vestido sanaré». Ella fue curada físicamente; y mucho más lo serás tú de tu enfermedad espiritual por esta encumbrada y sublime obra en que tu deseo llega hasta tocar al mismo ser de Dios, querido por sí mismo.

Levántate, pues, con decisión y toma esta medicina. Eleva tu yo enfermo, tal como eres, al Dios lleno de gracia, tal como es. Deja atrás toda indagación y especulación profunda sobre tu ser o el suyo. Olvida todas estas cualidades y todo lo referente a ellas, sean puras o pecaminosas, naturales o gratuitas, divinas o humanas. Nada importa ahora sino el libre ofrecimiento a Dios de esa ciega conciencia de tu ser desnudo, para que la gracia pueda envolverte y hacer de ti espiritualmente una sola cosa con el precioso ser de Dios, de una manera totalmente simple según responde a su ser.
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lunes, 13 de febrero de 2017

Disposición para la oración contemplativa.- El Libro de la Orientación Particular, Anónimo del siglo XIV


Cuando te retires a hacer oración tú solo, aparta de tu mente todo lo que has estado haciendo o piensas hacer. Rechaza todo pensamiento, sea bueno o malo. No ores con palabras a no ser que te sientas movido a ello; y si oras con palabras, no prestes atención a si son muchas o pocas. No ponderes las palabras ni su significado. No te preocupes de la clase de oraciones que empleas, pues no tiene importancia que sean oraciones litúrgicas oficiales, salmos, himnos o antífonas; o que tengan intenciones particulares o generales; o que las formules interiormente con el pensamiento o las expreses en voz alta con palabras. Trata de que no quede en tu mente consciente nada a excepción de un puro impulso dirigido hacia Dios. Desnúdala de toda idea particular sobre Dios (cómo es él en sí mismo o en sus obras) y mantén despierta solamente la simple conciencia de que él es como es. Déjale que sea así, te lo pido, y no le obligues a ser de otra manera. No indagues más en él, quédate en esta fe como en un sólido fundamento. Esta simple conciencia, desnuda de ideas y deliberadamente amarrada y anclada en la fe, vaciará tu pensamiento y afecto dejando sólo el pensamiento desnudo y la sensación ciega de tu propio ser. Sentirás como si todo tu deseo clamara a Dios y dijera:

Oh Señor, yo te ofrezco lo que soy, 
sin mirar a ninguna cualidad de tu ser 
sino al hecho de que tú eres como eres; 
esto y nada más que esto.

Que este sosiego y oscuridad ocupe toda tu mente y que seas tú un reflejo de ella. Pues quiero que el pensamiento que tienes de ti mismo sea tan puro y simple como el que tienes de Dios. Así podrás estar espiritualmente unido a él sin fragmentación alguna y sin disipación de tu mente. Él es tu ser y en él tú eres lo que eres, no sólo porque él es la causa y el ser de todo lo que existe, sino porque él es tu causa y el centro profundo de tu ser. En esta obra de contemplación, por tanto, has de pensar en él y en ti de la misma manera: esto es, con la simple conciencia de que él es como es y de que tú eres como eres. En este sentido tu pensamiento no quedará dividido o disperso, sino unificado en él, que es el todo.

Acuérdate de esta distinción entre él y tú: él es tu ser, pero tú no eres el suyo. Cierto que todo existe en él como en su fuente y fundamento del ser, y que él existe en todas las cosas, como su causa y su ser. Pero queda una distinción radical: él solo es su propia causa y su propio ser. Pues así como nada puede existir sin él, de la misma manera él no puede existir sin él mismo. Él es su propio ser y el ser de todas las demás cosas. De él sólo puede decirse: él está separado y es distinto de toda otra cosa creada. Y asimismo, él es el único en todas las cosas y todas las cosas son una en él. Repito: todas las cosas existen en él; él es el ser de todo.

Siendo esto así, deja que la gracia una tu pensamiento y afecto a él, mientras que tú te esfuerzas por rechazar hasta la más mínima indagación sobre las cualidades particulares de tu ciego ser o del suyo. Mantén tu pensamiento totalmente desnudo, tu afecto limpio de todo querer y tu ser simplemente tal como eres. Así la gracia de Dios puede tocarte y nutrirte con el conocimiento experimental de Dios tal como es. En esta vida, semejante experiencia permanecerá siempre oscura y parcial, de modo que tu ardiente deseo por él esté siempre nuevamente encendido por él. Levanta, pues, tus ojos con alegría y di a tu Señor, con las palabras o el deseo:

Oh Señor, yo te ofrezco lo que soy 
pues tú eres todo lo que soy.

No prosigas, quédate en esta simple, firme y elemental conciencia de que tú eres como eres.

Epígrafe 1

sábado, 11 de febrero de 2017

La virtud, el poder, la altura y la grandeza del amor.- Jakob Böhme (1575 - 1624)


Discípulo: -Dime, te lo ruego, cuál es la virtud, el poder, la altura y la grandeza del amor.

Maestro: -La virtud del amor es NADA y es TODO, esa nada visible de la cual provienen todas las cosas; su poder se extiende a través de todas las cosas; su altura es tan elevada como Dios; su grandeza es tan grande como Dios. Su virtud es el principio de todos los principios; su poder soporta los cielos y sostiene la tierra; su altura es más elevada que los más elevados cielos; y su grandeza es mayor aún que la manifestación misma de la Divinidad en la luz gloriosa de la esencia divina, siendo infinitamente capaz de manifestaciones cada vez más grandes en toda la eternidad. ¿Qué más grande que lo más grande? Sí, en cierto sentido es más grande que Dios; mientras que en el más elevado sentido Dios es AMOR, y el amor es Dios. Siendo al amor el más elevado principio, es la virtud de todas las virtudes, de la cual todas surgen. Siendo el amor la más grande majestad, es el poder de todos los poderes, a partir del cual operan [las virtudes]. Y es la más santa magia, o el poder fantasmal a partir del cual se han obrado todas las maravillas de Dios por medio de sus sirvientes electos, en todas sus generaciones sucesivamente. Quienquiera que lo encuentra, halla nada y todas las cosas.

Discípulo. -Querido maestro, te ruego me digas cómo puedo entender esto.

Maestro: -En primer lugar, pues, cuando digo “su virtud es nada”, esa nada que es el comienzo de todas las cosas, debes entenderlo así: cuando te has alejado por entero de la criatura, y de lo que es visible, y has devenido nada para todo lo que es Naturaleza y criatura, te hayas entonces en ese Uno Eterno, que es Dios mismo; entonces percibirás y sentirás en tu interior la más elevada virtud del amor. Pero cuando digo: “su poder se extiende a través de todas las cosas”, esto es lo que percibes y encuentras en tu propia alma y en tu propio cuerpo experimentalmente, cuando quiera que este gran amor se enciende dentro de ti, y quemará más de lo que pueda hacerlo el fuego, como lo hizo con los profetas de antaño, y posteriormente con los apóstoles, cuando Dios conversó con ellos corporalmente, y cuando su Espíritu descendió sobre ellos en el oratorio de Sión. Entonces verás también en todas las obras de Dios cómo el amor se ha vertido sobre todas las cosas, penetrando en todas las cosas, siendo el fundamento más externo y más interno de todas las cosas: interiormente, en la virtud y poder de toda cosa; exteriormente en su figura y forma.

Y cuando digo: “Su altura es tan elevada como Dios”, puedes comprender esto en ti mismo, pues te lleva a ser tan elevado como Dios mismo lo es, al unirte a Dios; como puede verse en nuestra humanidad por medio de nuestro amado Señor Jesucristo, Humanidad a la cual el amor ha subido al más elevado trono, por encima de todas las principalidades y de todos los poderes angélicos, y al poder mismo de la Deidad.

Pero cuando digo también: “Su grandeza es tan grande como Dios”, tienes que entender por esto que hay una cierta grandeza y lasitud del corazón en el amor que es inexpresable; pues ensancha el alma tanto como la creación entera de Dios. Y esto será verdaderamente experimentado por ti, más allá de todas las palabras, cuando el trono del amor se establezca en tu corazón.

Más aún, cuando digo: “Su virtud es el principio de todos los principios”, aquí se te da a entender que el amor es la causa principalmente de todos los seres creados, tanto espirituales como corporales, en virtud de la cual las causas segundas se mueven y actúan ocasionalmente de acuerdo a ciertas leyes eternas que están, desde el comienzo, implantadas en la constitución misma de las cosas así originadas. Esta virtud que está en el amor, es la vida y la energía misma de todos los principios de la naturaleza, superiores e inferiores. Se extiende a todos los mundos, y a toda suerte de seres en ellos contenidos, siendo ellos los obreros del amor divino, y es el primer motor, y lo primero que se mueve, tanto arriba en los cielos como abajo en la tierra, así como en el agua que está bajo la tierra. Y de aquí que se le dé el nombre de Alef Lúcido, o Alfa, con el cual se expresa el comienzo del alfabeto de la Naturaleza, y del libro de la creación y de la providencia, o libro arquetípico divino, en el cual se halla la luz de la sabiduría, y la fuente de todas las luces y de todas las formas.

Y cuando digo: “Su poder soporta los cielos”, tendrás con esto que entender que así como los cielos, tanto visibles como invisibles, son originados a partir de este gran principio, del mismo modo son necesariamente sustentados por él; y que por lo tanto, si éste alguna vez se retirase, aunque fuese un poco tan solo, todas las luces, glorias, bellezas y poemas de los mundos celestiales se sumirían al punto en las tinieblas y en los caos.

Y si posteriormente digo que “sostiene la tierra”, esto te resultará no menos evidente que lo anterior, y lo percibes en ti mismo por la experiencia diaria y a cada hora; por cuanto que la tierra sin él, incluso también tu propia tierra (es decir, tu cuerpo) carecería ciertamente de forma y estaría vacía. Por su poder ha sido sostenida hasta aquí la tierra, pese a un poder extraño usurpador introducido por la estupidez del pecado. Y si alguna vez fallase o cediese, ya no podría haber sobre ella vegetación o animación; sí, sus pilares mismos serían arrojados, y la banda de unión, que es la de la atracción o el magnetismo, a la que se llama poder centrípeto, se vería rota y disuelta, yendo a parar todo al más extremo desorden, para caer en pedazos e irse a dispersar como polvo suelto ante el viento.

Pero cuando digo también: “Su altura es más elevada que los más elevados cielos”, esto también puedes entenderlo dentro de ti mismo. Pues aunque asciendas en espíritu a través de todas las órdenes de los ángeles y a través de todos los poderes celestiales, sin embargo, el poder del amor sería indiscutiblemente superior a todos ellos. Y así como el trono de Dios, que se asienta sobre el cielo de los cielos, es más alto que el más alto de ellos, también el amor ha de ser así, pues los llena a todos y los comprende a todos.

Y si digo de la grandeza del amor que es “más grande que la manifestación misma de la Divinidad en la cruz de la esencia divina”, esto también es cierto. Pues el amor entra incluso en aquello en lo cual la Divinidad no se manifiesta con esta gloriosa luz, y en lo cual se puede decir que no reside Dios. Y entrando en ello, el amor empieza a manifestar al alma la luz de la Divinidad; y así las tinieblas son hendidas y las maravillas de la nueva creación sucesivamente manifestadas.

Así serás llevado a comprender real y fundamentalmente cuál es la virtud y el poder del amor, y cuáles son su altura y su grandeza; cómo es que en verdad sea la “virtud de todas las cosas”, y una poderosa energía vital que pasa a través de todas las virtudes y poderes, naturales y sobrenaturales; y el poder de todos los poderes, no siendo nada capaz de obstruir la Omnipotencia del amor, o resistirse a su invencible poder penetrativo, que pasa a través de toda la creación de Dios, inspeccionando y gobernando todas las cosas.

Y cuando digo: “Es más elevado que lo más elevado, y más grande que lo más grande”, puedes con esto percibir, como en un destello, la altura y la grandeza supremas del omnipotente amor, que trasciende infinitamente todo aquello que los sentidos y la razón humanos pueden alcanzar. Los más elevados arcángeles y los más grandes poderes del cielo, son en comparación suya apenas enanos. Nada puede ser concebido más elevado y más grande en Dios mismo, por la más elevada y más grande y misma de sus criaturas. Hay tal infinitud en él, que comprende y sobrepasa todos los atributos divinos.

Pero si se dijo también que “Su grandeza es más grande que Dios”, eso igualmente es muy cierto en el sentido en que se dijo; pues el amor, como observé anteriormente, puede entrar en aquellos sitios donde Dios no reside, puesto que el Altísimo no reside en las tinieblas, sino en la luz, estando las tinieblas infernales bajo sus pies. Así por ejemplo, cuando nuestro amado Señor Jesucristo estuvo en el infierno, el infierno no era la mansión de Dios o de Cristo; el infierno no era Dios, ni estaba con Dios, ni podría estar con él en absoluto; el infierno se hallaba en las tinieblas y en la ansiedad de la naturaleza, y ninguna luz de la majestad divina entraba en él; no estaba Dios ahí, pues él no está en las tinieblas, o en la angustia; pero al amor sí estaba ahí; y el amor destruyó a la muerte y conquistó el infierno. Asimismo, cuando estás angustiado o problematizado, lo que constituye el infierno interior, Dios no es la angustia o el problema; ni está en la angustia o el problema; pero su amor está ahí, y te saca de la angustia y del problema para llevarte hacia Dios, conduciéndote hacia la luz y el gozo de su presencia. Cuando Dios se oculta en ti, el amor todavía está ahí, y te lo manifiesta en ti. Tal es la inconcebible grandeza y amplitud del amor; que se te aparecerá aquí tan grande como Dios por encima de la Naturaleza, y más grande que Dios en la Naturaleza, o considerado en su gloria manifestativa.

Finalmente, si también dije: “Quienquiera que lo encuentra, encuentra nada y todas las cosas”, eso también es cierto y verdadero.

Pero, ¿cómo es que encuentra nada? Te explicaré cómo. Aquél que lo encuentra, halla un abismo sobrenatural y suprasensible, carente de fundamento sobre el que apoyarse, y no hay lugar en el que habitar. Encuentra también que no hay nada que se le pueda parecer, de modo que puede adecuadamente compararse a nada; pues es más profundo que cualquier cosa, y como nada con respecto a todas las cosas, en tanto en cuanto que no es comprensible por ninguna de ellas. Y puesto que relativamente es nada, está por tanto libre de todas las cosas; y es ese bien único que un hombre no puede expresar o pronunciar qué es, no habiendo nada con lo que pueda compararse para poderlo expresar.

Pero cuando finalmente dije: “Quienquiera que lo encuentra, encuentra todas las cosas”, nada puede ser más verdadero que esta afirmación. Ha sido el comienzo de todas las cosas, y comprenderá entonces todas las cosas dentro de su círculo. Todas las cosas provienen de él, y están en él, y existen por él. Si lo encuentras, llegas al fundamento del cual provienen todas las cosas, y en el cual subsisten; y eres en él REY sobre todas las obras de Dios. 
Diálogos Místicos, I

jueves, 9 de febrero de 2017

La ermita del corazón.- Teófano el Recluso (1815-1894).


Diferentes tipos de sentimientos en la oración


Soñáis con una ermita pero ya la tenéis, pues vuestra ermita está allí donde estéis. Sentaos en silencio y decid: “¡Señor, ten piedad!”. Si os aisláis del resto del mundo, ¿cómo cumpliréis la voluntad de Dios? Simplemente preservando en vosotros el estado interior que debe ser el vuestro. ¿Y cuál es? Es el recuerdo incesante de Dios, mantenido con temor y piedad, y acompañado por el pensamiento de la muerte. El hábito de marchar en presencia de Dios y recordarlo es el aire que se respira en la vida espiritual. Puesto que somos creados a imagen de Dios, ese hábito nos debería resultar totalmente natural; si está ausente, es porque hemos caído lejos de Dios. Esa caída nos obliga a luchar por adquirir el hábito de vivir en su presencia. Todo nuestro esfuerzo ascético debe consistir en permanecer conscientemente a la presencia de Dios. Sin embargo, hay, además, otras actividades secundarias que son, también, parte de la vida espiritual, y es necesario esforzarse por dirigir esas actividades hacia su verdadero fin. Ya sea la lectura, la meditación o la oración, todas nuestras actividades, todas nuestras ocupaciones y nuestros contactos deben ser conducidos de tal manera que no nos distraigan de la presencia de Dios. El fondo de nuestra conciencia y de nuestra atención debe estar siempre concentrada en el recuerdo de Dios. El intelecto está en la cabeza y los intelectuales viven siempre en la cabeza. Viven cerebralmente y sufren una incesante turbulencia de pensamientos. Esa turbulencia no permite a la atención concentrarse sobre un solo pensamiento. El intelecto no puede, en tanto está en la cabeza, concentrarse únicamente en el recuerdo de Dios. Es necesario volver a traerlo a cada instante. Esa es la razón por la cual aquellos que desean establecer en sí mismos ese pensamiento único de Dios deben abandonar su cabeza, descender con el intelecto en el corazón, y permanecer allí en una atención continua. Es, entonces, solamente cuando el intelecto está unido al corazón, que es posible esperar tener éxito en mantener el recuerdo de Dios.

He aquí el fin que debéis tener constantemente ante los ojos y hacia el cual debéis avanzar. No penséis que esta tarea sobrepasa vuestras fuerzas, pero no os la figuréis tampoco tan fácil que os bastará desearla para obtenerla. La primera cosa que se debe hacer es atraer el intelecto hacia el corazón recitando vuestras oraciones con el sentimiento que corresponde a su sentido, pues son los sentimientos del corazón los que, habitualmente, gobiernan al intelecto. Si hacéis bien ese primer paso vuestros sentimientos se adaptarán al contenido de vuestra oración. Pero, además de esa primera clase de sentimientos, existen otros, mucho más fuertes y más dominantes, sentimientos que cautivan a la vez nuestra conciencia y nuestro corazón, sentimientos que encadenan el alma y no le dejan ninguna libertad porque retienen toda la atención. Ellos son de un género particular y, tan pronto como hacen su aparición, el alma comienza a orar por sí misma con sus propias palabras y sus propios sentimientos. Es necesario no interrumpir jamás esta efusión de sentimientos y de oraciones que nacen en el corazón; no intentéis continuar, sino deteneos inmediatamente, pues debéis dejarlos en total libertad para expresarse, hasta que se hayan agotado y vuestras emociones hayan retornado a su nivel habitual. Esta segunda forma de oración es más poderosa que la primera y sumerge el intelecto en el corazón más rápidamente. Sin embargo, ella no puede manifestarse más que después de la primera, o al mismo tiempo.

Mi corazón estará inquieto hasta el día de su reposo en ti


Dios os pide, tal vez, la rendición final de vuestro corazón, y vuestro corazón languidece ante él. Sin Dios, jamás estará satisfecho. Examinaos desde ese punto de vista. Tal vez encontraréis allí la puerta de la casa de Dios.

La sala de recepción del Señor


¿Buscáis al Señor? Buscad, pero buscad en vosotros. No está lejos de cada uno de nosotros. El Señor está cerca de todos aquellos que lo buscan sinceramente. Encontrad un lugar en vuestro corazón y, allí, hablad con el Señor. Es vuestro corazón el que constituye la sala de recepción del Señor. Quien encuentra al Señor, lo encuentra allí. Él no ha elegido otro lugar para encontrarse con las almas.

La atención interior y la soledad del corazón


Preserváis la atención interior y la soledad del corazón. Que Dios os ayude a permanecer siempre así, pues es lo más importante en nuestra vida espiritual. Cuando la conciencia está en el corazón, allí también se encuentra el Señor. Ambos se unen entonces, y la obra de la salvación avanza con éxito. La entrada del corazón se encuentra cerrada para los malos pensamientos, las impresiones y las emociones mundanas. El nombre del Señor, por sí mismo, dispersa todo lo que le es extraño y atrae todo lo que le está emparentado.

¿Qué tenéis que temer por encima de todo? La estima de sí, la satisfacción de sí, la infatuación de sí, y todo lo que gira alrededor del yo.

Trabajad para vuestra salvación, con temor y temblando. Encended en vosotros, y conservadlo, un espíritu contrito y un corazón humilde y arrepentido.

El hombre oculto del corazón


El espíritu de sabiduría y de revelación, y un corazón purificado, son dos cosas diferentes. El primero viene de lo alto, de Dios; el segundo viene de nosotros. Sin embargo, sobre el camino que conduce al conocimiento cristiano, están inseparablemente unidos, y ese conocimiento no puede adquirirse si ambos no están juntos. El corazón sólo, a pesar de todas las purificaciones —si la purificación fuere posible sin la gracia—, nos dará la sabiduría y, a su vez, el espíritu de sabiduría no vendrá a nosotros si no tenemos un corazón puro para recibirlo.

Lo que se entiende aquí por “el corazón”, es el hombre interior. Tenemos en nosotros un “hombre interior” según San Pablo o, según San Pedro, “el hombre oculto del corazón”. Se trata del espíritu, a la imagen de Dios, que fue insuflado en el primer hombre y que permanece en nosotros, incluso después de la caída. Se manifiesta por el temor de Dios, que está fundado sobre la certidumbre de su existencia y la conciencia de nuestra total dependencia respecto de él, por las aspiraciones de nuestra conciencia y la insatisfacción que nos produce todo lo que es material.

El corazón es el hombre profundo


El corazón es el hombre profundo, el espíritu. En él se encuentran la conciencia, la idea de Dios y de nuestra dependencia total respecto de él, y todos los tesoros eternos de la vida espiritual.

En casa: en el corazón


¡Mis felicitaciones por vuestro feliz retorno a vuestra casa! Después de una ausencia, la casa es un paraíso. Todo el mundo siente esto de la misma manera. Experimentamos exactamente lo mismo cuando, después de una distracción, volvemos a la atención y a la vida interior. Cuando estamos en el corazón estamos en nuestra casa; cuando no estamos allí, estamos sin domicilio. Y es de esto, por sobre todo, que debemos preocuparnos.
El arte de la oración


miércoles, 8 de febrero de 2017

Descended de vuestra cabeza a vuestro corazón.- Teófano el Recluso (1815-1894).


Velar sobre el corazón con discernimiento


La atención a lo que sucede en el corazón y a lo que llega a él, es la obra esencial de una vida cristiana bien ordenada. Gracias a esta atención se establece una relación normal entre el mundo interior y el mundo exterior. Pero es necesario, siempre, que esta atención esté acompañada de discernimiento, para que sea posible comprender qué pasa en nuestro interior y qué es lo que las circunstancias exteriores requieren. La atención sin el discernimiento no sirve para nada.

Velad sobre la imaginación


En el orden natural, cuando se busca adquirir el control de las fuerzas espirituales, el camino que va desde el exterior hacia el interior está bloqueado por la imaginación. Para alcanzar nuestro objetivo interior, debemos sobrepasar la imaginación. Si no ponemos cuidado en esto, nos arriesgamos a atascarnos en la imaginación y permanecer allí, teniendo la impresión de haber entrado en nosotros mismos mientras que, en realidad, estaremos siempre afuera, es decir en el pórtico de los Gentiles. En sí mismo, esto no sería demasiado grave si no fuera porque ese estado se encuentra casi siempre acompañado por la ilusión.

Es inútil repetir que todo el fin de aquellos que tienen celo en la vida espiritual es entrar en relación verdadera con Dios; ahora bien, esta relación se realiza y se manifiesta por la oración. Es por la oración que nos elevamos a Dios, y las etapas de la oración son las etapas por las cuales pasa nuestro espíritu en su búsqueda de Dios. La regla más simple es no formarse ninguna imagen cuando se quiere orar, recoger el intelecto en el corazón, y permanecer ante Dios con la convicción de que está allí, muy cerca; que nos ve y nos escucha, y esta convicción nos arrojará a tierra ante aquél que es terrible en su majestad y al mismo tiempo tan cercano en su amor. Las imágenes, por sagradas que puedan ser, retienen la atención afuera, siendo que, en el momento de la oración, ella debe estar en el corazón. La concentración de la atención en el corazón, he aquí el punto de partida de toda verdadera oración. Y puesto que la oración es el camino de acceso a Dios, si nuestra atención se desvía y sale del corazón, ello significa que ya no estamos en el buen camino y que hemos dejado de subir hacia Dios.

Descended de vuestra cabeza a vuestro corazón


Debéis descender de vuestra cabeza a vuestro corazón. Por el momento, vuestros pensamientos están en vuestra cabeza; Dios parece estar fuera de vosotros; también vuestra oración y todos vuestros ejercicios espirituales permanecen siendo exteriores. En tanto que estéis en vuestra cabeza, no podréis dominar vuestros pensamientos, que continuarán bullendo como la nieve bajo el viento del invierno o como los mosquitos durante los calores del verano. En el estadio en que estáis, la soledad y la lectura son dos poderosas ayudas.

Un mercado bien surtido


Cuando oráis con sentimiento, ¿dónde se encuentra vuestra atención, sino en el corazón? Obtened el sentimiento y adquiriréis también la atención. La cabeza es un mercado de pulgas llenado por la multitud. No se puede orar a Dios en ese lugar. Si en ciertos momentos la oración va bien y se prosigue como por propio impulso, es un buen signo, ello quiere decir que comienza a injertarse en el corazón. Tened cuidado de no dejar que vuestro corazón se ate y esforzaos por mantener a Dios en la memoria, por verlo ante vosotros y trabajar en su presencia.

En el corazón se encuentra la vida, y es allí donde es necesario vivir


Recuerdo que me habéis escrito que sufríais cuando tratabais de mantener vuestra atención. Eso es lo que sucede cuando sólo se trabaja con la cabeza; pero si descendéis en el corazón, no tendréis ninguna dificultad. Vuestra cabeza se vaciará y vuestros pensamientos callarán. Ellos están siempre en la cabeza, se persiguen los unos a los otros y no se llega a controlarlos. Pero si entráis en vuestro corazón, y sois capaces de permanecer allí, entonces cada vez que los pensamientos os invadan, no tendréis más que descender a vuestro corazón y los pensamientos huirán. Os encontraréis en un abra reconfortante y segura. No seáis perezosos, descended. Es en el corazón donde se encuentra la vida, es allí donde debéis vivir. No imaginéis que se trata de algo que se refiere sólo a los perfectos. No, ello concierne a todos aquellos que han comenzado a buscar al Señor.

Todo el misterio secreto de la vida espiritual


¿Cómo se debe interpretar la expresión “concentrar el intelecto en el corazón?” El intelecto está allí donde se encuentra la atención.

Concentrar el intelecto en el corazón quiere decir establecer la atención en el corazón y ver mentalmente ante sí al Dios invisible y siempre presente. Esto significa volverse hacia él en la alabanza, la acción de gracias y la súplica mientras se vela para que nada exterior penetre en el corazón. Ese es todo el secreto de la vida espiritual.

El principal esfuerzo ascético consiste en separar el corazón de todo movimiento pasional y al intelecto de todo pensamiento apasionado. Debéis mirar en vuestro corazón y arrojar de allí todo lo malo. Haced todo lo que está proscrito y entonces seréis casi una monja y tal vez, lo seréis totalmente. Se puede ser monja sin vivir en un convento, mientras que, viviendo en un convento, una monja puede ser mundana.

Permanecer en presencia del Señor invisible


Velar sobre el corazón, mantenerse con el intelecto en el corazón, descender de la cabeza al corazón, todo esto es lo mismo. El núcleo de ese trabajo es reunir la atención y permanecer en presencia del Señor invisible, no en la cabeza sino en el pecho, cerca del corazón y en el corazón. Cuando llegue el calor divino, todo esto estará claro para vosotros.

Reuníos en vosotros mismos


Reuníos en vosotros mismos y tratad de no abandonar el corazón, pues el Señor se encuentra allí. Intentad arribar a ello, trabajad en ello. Cuando hayáis alcanzado ese estado, comprenderéis cuan precioso es.


El arte de la oración


domingo, 5 de febrero de 2017

¿Cómo puedo escuchar a Dios?.- Jakob Böhme (1575 - 1624)

Hablamos de la sabiduría mística y oculta de Dios, que Dios ordenó antes que el mundo para nuestra gloria, la cual ningún príncipe de este mundo conoce, pues si la hubieran conocido no habrían crucificado al Señor de la gloria. Pero, como está escrito, ni el ojo ha visto, ni el oído ha escuchado, ni ha entrado en el corazón del hombre concebir las cosas que Dios ha preparado para quienes le aman, sino que Dios nos las ha revelado por medio de su Espíritu. Pues el Espíritu sondea todas las cosas, y hasta las cosas profundas de Dios. Pues, ¿qué hombre conoce las cosas de un hombre salvo el espíritu del hombre que se encuentra en su interior? Igualmente el hombre no conoce las cosas de Dios, sino es el Espíritu de Dios quien las conoce. No hemos recibido el espíritu del mundo, sino el espíritu de Dios, de modo que podamos conocer las cosas de Dios que nos son libremente dadas. Cosas las cuales decimos, no con las palabras que enseña la sabiduría del hombre, sino con las que enseña el Espíritu Santo, comparando las cosas espirituales con lo espiritual. Pero el hombre natural no recibe las cosas del Espíritu de Dios, pues para él son como necedad; ni puede conocerlas, pues son discernidas espiritualmente. Pero aquél que es espiritual juzga o discierne todas las cosas”.

El discípulo dijo a su maestro:- Señor, ¿cómo puedo alcanzar la vida suprasensible, de modo que pueda ver a Dios, y le pueda oír hablar? 

El maestro respondió y dijo:- Hijo mío, cuando puedas arrojarte a AQUELLO en donde no mora criatura alguna, aunque no fuera más que por un instante, entonces escucharás lo que Dios habla. 

Discípulo. -¿Está ello allá donde no hay criatura alguna que habite en las proximidades; o se encuentra lejos? 

Maestro. -Se encuentra en ti. Y si por un momento, hijo mío, pudieras cesar de todo tu pensamiento y voluntad, escucharías las impronunciables palabras de Dios.

Discípulo: -¿Cómo puedo oírle hablar cuando detengo mis pensamientos y mi voluntad? 

Maestro: -Cuando detengas el pensamiento de ti mismo, y la voluntad de ti mismo; “cuando tanto tu intelecto como tu voluntad estén en calma, y pasivos frente a las impresiones de la Palabra y del Espíritu Eternos; y cuando tu alma vuele por encima de lo temporal, de los sentidos externos, y tu imaginación sea aprisionada por la abstracción santa”, entonces la escucha, la visión y el habla eternas se revelarán dentro de ti. Entonces Dios escucha “y ve a través de ti”, pues eres ahora un órgano de su espíritu. Y Dios habla entonces de ti, y susurra a tu espíritu y tu espíritu escucha su voz. Bendito seas por tanto si puedes detener tus pensamientos y tu voluntad, y puedes detener la rueda de tu imaginación y de tus sentidos; pues gracias a esto podrás finalmente llegar a ver la gran salvación de Dios, habiéndote vuelto capaz de toda clase de sensaciones divinas y comunicaciones celestiales. Pues no son sino tu propia escucha y tu propia voluntad quienes obstaculizan, de modo que te impiden ver y oír a Dios. 

Discípulo: -Pero, ¿dónde escucharé y veré a Dios, siendo así que él se halla por encima de la Naturaleza y de la criatura? 

Maestro: -Hijo mío, cuando estás en calma y silencioso, entonces eres como era Dios antes de la Naturaleza y de la criatura; eres aquello que Dios fue. Eres aquello a partir de lo cual Dios hizo tu naturaleza y criatura. Entonces escuchas, y ves con aquello con lo que Dios vio y escuchó en ti antes incluso de que tu propia voluntad o tu propia vista comenzaran. 

Discípulo: - ¿Qué es lo que ahora me obstaculiza o echa para atrás, de modo que no puedo llegar a aquello con lo cual Dios ha de ser visto y escuchado? 

Maestro: -Nada en verdad, salvo tu propia voluntad, tu escucha y tu visión, que son quienes te separan de ello, y quienes te obstaculizan para alcanzar este estado suprasensible. Has descendido y derivado, y te separas, con tu propia voluntad, de la voluntad de Dios, y con tu propia vista de la vista de Dios. En tanto en cuanto que con tu propia vista ves sólo en tu propia voluntad, en la misma medida te hallarás escindido de la voluntad divina. Más aún, esta voluntad tuya detiene tu escucha y te hace sordo a Dios, pues piensas en cosas terrenales, y atiendes a lo que está fuera de ti, llevándote así a un terreno en el que quedas atrapado y cautivo de la Naturaleza. Y habiéndote llevado hasta aquí, te cubre con ello porque lo deseas; te ata con tus propias cadenas, y te mantiene en tu propia prisión oscura que tú mismo te haces, de modo que no puedes salir de ahí: o llegar al estado sobrenatural y suprasensible. 

Discípulo: -Pero dado que estoy en la Naturaleza, y así encadenado con mis propias cadenas y por mi propia voluntad natural, te ruego señor que seas tan amable de decirme cómo puedo llegar a través de la Naturaleza hasta el terreno suprasensible y sobrenatural sin destruir a la Naturaleza. 

Maestro: -Tres cosas se requieren para esto. La primera, que resignes tu voluntad ante la de Dios y te hundas hasta el pozo en su misericordia. La segunda, que odies tu propia voluntad y te prohíbas hacer aquello a lo que te conduce tu propia voluntad. La tercera, que inclines tu alma ante la cruz, sometiéndote a ella de corazón, de modo que puedas resistir las tentaciones de la Naturaleza y de la criatura. Y si esto haces, sabe que Dios hablará en tu interior, y llevará en ti tu propia voluntad hacia el terreno sobrenatural; y entonces, hijo mío, escucharás lo que el Señor habla en ti. 

Discípulo: -Estas son duras palabras, maestro; pues debería renunciar al mundo así como a mi vida si lo hiciese. 

Maestro: -No te desalientes por ello. Si renuncias al mundo, llegas a aquello a partir de lo cual se ha hecho el mundo; y si pierdes tu vida, entonces tu vida se halla en aquello para lo cual renuncias a ella. Tu vida está en Dios, de quien provino para entrar en tu cuerpo; y conforme tu propio poder se desvanezca y se vuelva débil y agonizante, el poder de Dios obrará en ti a través de ti.

Diálogos Místicos, I