Aprenderás a darte
cuenta de que todo lo que he escrito sobre estas dos señales y sus maravillosos
efectos es cierto. Y sin embargo, después de que hayas experimentado alguno de
ellos, o quizá todos, llegará un día en que desaparezcan, dejándote, como si
dijéramos, árido, o, en tu opinión, peor que árido. Habrá desaparecido tu nuevo
fervor pero también tu habilidad para meditar como habías hecho durante tanto
tiempo anteriormente. ¿Qué hacer entonces? Sentirás como si hubieras caído en
alguna parte entre dos caminos sin tener ninguno, pero intentando agarrarte a
los dos. Y así será, pero no te desanimes demasiado. Súfrelo humildemente y
espera con paciencia para que nuestro Señor obre como quiera. Pues ahora te
encuentras en lo que yo llamaría una especie de océano espiritual, en viaje
desde la vida de la carne hasta la vida en el espíritu.
Durante este viaje surgirán sin duda grandes
tempestades y tentaciones, dejándote aturdido y sin saber a qué camino volverte
para encontrar ayuda, pues tu afecto se sentirá privado tanto de tu gracia
ordinaria como de tu gracia especial. Te repito: no temas. Aun cuando pienses
que tienes grandes motivos para temer, no te angusties. Por el contrario,
mantén en tu corazón una cordial confianza en nuestro Señor, o, en todo caso,
haz lo que puedas según las circunstancias. Ciertamente, él no está lejos y
quizá en cualquier momento se volverá hacia ti tocándote más intensamente que
en el pasado con una reavivación de la gracia contemplativa. Entonces, mientras
dura, sentirás que estás curado y que todo va bien. Pero, cuando menos lo
esperes, se irá de nuevo, y otra vez te sentirás abandonado en tu barco, de acá
para allá, sin saber dónde. Vendrá a su propia hora. Con fuerza y más
maravillosamente que antes vendrá en tu ayuda y aliviará tu angustia. Volverá
tantas veces como se vaya.
Y si aguantas virilmente todo esto con amor
dócil, cada venida será más maravillosa y más gozosa que la última. Recuerda
que todo lo que hace, lo hace con una intención sabia; quiere que llegues a ser
tan dúctil espiritualmente y tan moldeado a su voluntad como un fino guante de
cabritilla a tu mano.
Y así, unas veces irá y otras vendrá, de
manera que tanto con su presencia como con su ausencia pueda prepararte,
educarte e introducirte en las profundidades secretas de tu espíritu para esta
obra. En la ausencia de todo entusiasmo te enseñará el significado real de la
paciencia. Desaparecido tu entusiasmo, podrás pensar que le has perdido también
a él, pero no es así; sólo quiere enseñarte la paciencia. Mas no te equivoques
sobre esto; Dios puede a veces retirar las suaves emociones, el entusiasmo
gozoso y los ardientes deseos, pero nunca retira su gracia de los que ha
elegido, excepto en caso de pecado mortal. Estoy seguro de ello. Por lo demás,
las emociones, el entusiasmo y los deseos no son en sí mismos gracia, sino
regalos de la gracia. Y estos los puede retirar con frecuencia, unas veces para
fortalecer nuestra paciencia; otras, por otras razones, pero siempre para
nuestro bien espiritual, aunque quizá nunca lo entendamos.
Debemos recordar que la gracia, en sí misma,
es tan alta, tan pura y tan espiritual que nuestros sentidos y emociones son de
hecho incapaces de experimentarla. El fervor sensible que experimentan son los
regalos de la gracia, no la gracia misma.
Estos los retirará el Señor de vez en cuando
para ahondar y madurar nuestra paciencia. También lo hace por otras razones,
pero no entraré ahora en ellas. Sigamos más bien con nuestro tema.
Aunque puedas llamar a las delicias del
fervor sensible la llegada del Señor, estrictamente hablando no es así. Nuestro
Señor alimenta y fortalece tu espíritu por la excelencia, la frecuencia y la
hondura de estos favores, que a veces acompañan a la gracia a fin de que puedas
vivir perseverantemente en su amor y servicio. Pero él obra en dos sentidos.
Por un lado aprendes la paciencia en su ausencia, y por otro te robusteces con
el alimento generoso y vivificador que te proporcionan con su venida. Nuestro Señor
te modela así por medio de ambos, hasta hacerte gozosamente dócil y tan
suavemente plegable que pueda conducirte finalmente a la perfección espiritual
y a la unión con su voluntad, que es el amor perfecto. Entonces estarás tan
dispuesto y a punto para abandonar todo sentimiento de consuelo cuando él lo
considere mejor, como a gozarlos sin cesar.
En este tiempo de sufrimiento, además, tu
amor se hace casto y perfecto. Entonces podrás ver a tu Señor y su amor, y te
convertirás en una sola cosa con él por su amor, experimentándole desnudamente
en el ápice soberano de tu espíritu. Aquí, totalmente despojado del yo y
vestido de nada más que de él, le experimentarás tal cual es, desnudo de todos
los adornos de los deleites sensibles, aunque sean los placeres más suaves y
sublimes de la tierra. Esta experiencia será ciega, como ha de ser en esta
vida; sin embargo, con la pureza de un corazón indiviso, totalmente alejado de
la ilusión y del error propio del hombre mortal, percibirás y sentirás que es
él realmente y sin lugar a engaño.
La mente, finalmente,
que ve y experimenta a Dios tal cual es en su desnuda realidad, no está más
separada de él de lo que lo está de su propio ser, que, como sabemos, es uno en
esencia y naturaleza. Pues así como Dios es uno con su ser, pues son una y la
misma cosa por naturaleza, de la misma manera, el espíritu que ve y experimenta
a Dios es uno con aquel a quien ve y experimenta, porque se han convertido los
dos en uno por gracia.
20 y 21