Después de todo lo que he dicho sobre las dos
vocaciones a la vida de gracia, veo que surge una pregunta en tu mente. Quizá
estés pensando algo parecido a esto:
«Dime, por favor, ¿hay uno o más signos que
me ayuden a discernir este creciente deseo que siento por la oración
contemplativa, y este embriagador entusiasmo que se apodera de mí siempre que
oigo hablar o leo sobre él? ¿Es Dios realmente el que me llama a través de
ellos a una vida más intensa de gracia tal como la has descrito en este libro,
o es que los da como un simple alimento y fuerza para mi espíritu, de forma que
pueda esperar sosegadamente y trabajar en esa gracia ordinaria que tú llamas la
puerta y la entrada común para todos los cristianos?».
Contestaré lo mejor que pueda.
Ante todo, advertirás que te he dado dos
clases de pruebas para discernir si Dios te llama o no espiritualmente a la
contemplación. Una era interior y la otra exterior. Mi convicción es que para
discernir un llamamiento a la contemplación, ninguna de las dos, por sí sola,
es prueba suficiente. Han de ir juntas, indicando las dos la misma cosa, antes
de que puedas confiar en ellas sin miedo de equivocarte.
La señal interior es ese deseo creciente por
la contemplación que se mete constantemente en tus devociones diarias. Y puedo
decirte además lo siguiente sobre este deseo. Es un ciego anhelo del espíritu
y, sin embargo, viene acompañado de una especie de visión espiritual que
persiste después de él, y que renueva el deseo y lo acrecienta. (Llamo ciego a
este deseo, porque semeja la facultad de moción del cuerpo como en el tacto o
al andar, que como tú sabes no se dirige directamente a sí mismo y es, por
tanto, en cierto sentido, ciego). Así, pues, observa cuidadosamente tus
devociones diarias y fíjate en lo que sucede. Si están llenas del recuerdo de
tus propios pecados, de consideraciones de la Pasión de Cristo o de otra cosa
cualquiera perteneciente a la forma ordinaria de oración cristiana que he
descrito anteriormente, has de saber que la intuición espiritual que acompaña y
sigue a este ciego deseo es fruto de la gracia ordinaria. Y esta es una señal
segura de que Dios todavía no te mueve ni te llama a una vida más intensa de
gracia. Te da, más bien, este deseo como alimento y fuerza para seguir
esperando tranquilamente y actuando con la gracia ordinaria.
La segunda señal es exterior y se manifiesta como un entusiasmo gozoso que mana desde tu interior, siempre que oyes o lees sobre contemplación. La llamo exterior, porque se origina fuera de ti y entra en tu mente a través de las ventanas de tus sentidos corporales (tus ojos y tus oídos), cuando lees. Por lo que respecta al discernimiento de esta señal, fíjate en si persiste este gozoso entusiasmo, quedando contigo cuando has dejado tu lectura. Si desaparece inmediatamente o poco después y no te persigue en todo lo que haces, sábete que no es un toque especial de la gracia. Si no está contigo cuando vas a dormir y al levantarte, y si no va delante de ti, introduciéndose en todo lo que haces, encendiendo y robando tu deseo, no es la llamada de Dios a una vida más intensa de gracia, más allá de lo que llamo la puerta común y la entrada para todos los cristianos. En mi opinión, su misma transitoriedad demuestra que es simplemente la alegría natural que todo cristiano siente cuando lee u oye sobre la verdad y más especialmente una verdad como esta, que tan profunda y sutilmente habla de Dios y de la perfección del espíritu humano.
La segunda señal es exterior y se manifiesta como un entusiasmo gozoso que mana desde tu interior, siempre que oyes o lees sobre contemplación. La llamo exterior, porque se origina fuera de ti y entra en tu mente a través de las ventanas de tus sentidos corporales (tus ojos y tus oídos), cuando lees. Por lo que respecta al discernimiento de esta señal, fíjate en si persiste este gozoso entusiasmo, quedando contigo cuando has dejado tu lectura. Si desaparece inmediatamente o poco después y no te persigue en todo lo que haces, sábete que no es un toque especial de la gracia. Si no está contigo cuando vas a dormir y al levantarte, y si no va delante de ti, introduciéndose en todo lo que haces, encendiendo y robando tu deseo, no es la llamada de Dios a una vida más intensa de gracia, más allá de lo que llamo la puerta común y la entrada para todos los cristianos. En mi opinión, su misma transitoriedad demuestra que es simplemente la alegría natural que todo cristiano siente cuando lee u oye sobre la verdad y más especialmente una verdad como esta, que tan profunda y sutilmente habla de Dios y de la perfección del espíritu humano.
Pero si el gozoso entusiasmo que se apodera
de ti cuando lees u oyes sobre la contemplación es realmente el toque de Dios
que te llama a una vida más alta de gracia, notarás efectos muy diferentes.
Será tan abundante que te acompañará al lecho por la noche y se levantará
contigo por la mañana. Te seguirá a través del día en todo lo que hagas,
penetrando en tus devociones diarias como una barrera entre ellas y tú.
Parecerá además que se presenta simultáneamente
con ese ciego deseo que, mientras tanto,
sigue creciendo silenciosamente en intensidad. El entusiasmo y el deseo
pueden parecer ser parte uno de otro. Tanto es así, que llegarás a pensar que
es solamente un deseo lo que tú sientes, aunque dudarás en decir qué es
precisamente lo que estás deseando.
Tu personalidad quedará totalmente
transformada, tu porte irradiará una belleza interior, y mientras lo sientas
nada te entristecerá. Correrías mil kilómetros para hablar con otro del que
supieras que efectivamente también lo siente, y, sin embargo, al llegar allí,
te encontrarías sin palabras. Que otros digan lo que quieran, tu única alegría
sería hablar de ello. Tus palabras serán pocas, pero tan fructuosas y tan
llenas de fuego que lo poco que dices llenará al mundo de sabiduría (aunque
parezca tontería a los que todavía son incapaces de trascender los límites de
la razón). Tu silencio será pacífico, tu conversación provechosa y tu oración
secreta en las profundidades de tu ser. Tu autoestima será natural y no estará
estropeada por el engaño, tu comportamiento con los demás será cortés y tu
risa alegre, como quien goza de todo con la alegría de un niño. Con qué ansia
amarás el sentarte aparte, sabedor de que otros, que no comparten tu deseo y
atracción, sólo te molestarían. Habrá desaparecido todo deseo de leer y
escuchar libros, pues tu único deseo será oír hablar de la contemplación.
Así el deseo creciente de contemplación y el gozoso entusiasmo que te embarga cuando oyes o lees sobre ella se dan la mano y se hacen uno. Cuando estas dos señales (una interior y otra exterior) están de acuerdo, puedes confiar en ellas como prueba de que Dios te llama a entrar dentro y a comenzar una vida más intensa de gracia.
Así el deseo creciente de contemplación y el gozoso entusiasmo que te embarga cuando oyes o lees sobre ella se dan la mano y se hacen uno. Cuando estas dos señales (una interior y otra exterior) están de acuerdo, puedes confiar en ellas como prueba de que Dios te llama a entrar dentro y a comenzar una vida más intensa de gracia.
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