lunes, 13 de febrero de 2017

Disposición para la oración contemplativa.- El Libro de la Orientación Particular, Anónimo del siglo XIV


Cuando te retires a hacer oración tú solo, aparta de tu mente todo lo que has estado haciendo o piensas hacer. Rechaza todo pensamiento, sea bueno o malo. No ores con palabras a no ser que te sientas movido a ello; y si oras con palabras, no prestes atención a si son muchas o pocas. No ponderes las palabras ni su significado. No te preocupes de la clase de oraciones que empleas, pues no tiene importancia que sean oraciones litúrgicas oficiales, salmos, himnos o antífonas; o que tengan intenciones particulares o generales; o que las formules interiormente con el pensamiento o las expreses en voz alta con palabras. Trata de que no quede en tu mente consciente nada a excepción de un puro impulso dirigido hacia Dios. Desnúdala de toda idea particular sobre Dios (cómo es él en sí mismo o en sus obras) y mantén despierta solamente la simple conciencia de que él es como es. Déjale que sea así, te lo pido, y no le obligues a ser de otra manera. No indagues más en él, quédate en esta fe como en un sólido fundamento. Esta simple conciencia, desnuda de ideas y deliberadamente amarrada y anclada en la fe, vaciará tu pensamiento y afecto dejando sólo el pensamiento desnudo y la sensación ciega de tu propio ser. Sentirás como si todo tu deseo clamara a Dios y dijera:

Oh Señor, yo te ofrezco lo que soy, 
sin mirar a ninguna cualidad de tu ser 
sino al hecho de que tú eres como eres; 
esto y nada más que esto.

Que este sosiego y oscuridad ocupe toda tu mente y que seas tú un reflejo de ella. Pues quiero que el pensamiento que tienes de ti mismo sea tan puro y simple como el que tienes de Dios. Así podrás estar espiritualmente unido a él sin fragmentación alguna y sin disipación de tu mente. Él es tu ser y en él tú eres lo que eres, no sólo porque él es la causa y el ser de todo lo que existe, sino porque él es tu causa y el centro profundo de tu ser. En esta obra de contemplación, por tanto, has de pensar en él y en ti de la misma manera: esto es, con la simple conciencia de que él es como es y de que tú eres como eres. En este sentido tu pensamiento no quedará dividido o disperso, sino unificado en él, que es el todo.

Acuérdate de esta distinción entre él y tú: él es tu ser, pero tú no eres el suyo. Cierto que todo existe en él como en su fuente y fundamento del ser, y que él existe en todas las cosas, como su causa y su ser. Pero queda una distinción radical: él solo es su propia causa y su propio ser. Pues así como nada puede existir sin él, de la misma manera él no puede existir sin él mismo. Él es su propio ser y el ser de todas las demás cosas. De él sólo puede decirse: él está separado y es distinto de toda otra cosa creada. Y asimismo, él es el único en todas las cosas y todas las cosas son una en él. Repito: todas las cosas existen en él; él es el ser de todo.

Siendo esto así, deja que la gracia una tu pensamiento y afecto a él, mientras que tú te esfuerzas por rechazar hasta la más mínima indagación sobre las cualidades particulares de tu ciego ser o del suyo. Mantén tu pensamiento totalmente desnudo, tu afecto limpio de todo querer y tu ser simplemente tal como eres. Así la gracia de Dios puede tocarte y nutrirte con el conocimiento experimental de Dios tal como es. En esta vida, semejante experiencia permanecerá siempre oscura y parcial, de modo que tu ardiente deseo por él esté siempre nuevamente encendido por él. Levanta, pues, tus ojos con alegría y di a tu Señor, con las palabras o el deseo:

Oh Señor, yo te ofrezco lo que soy 
pues tú eres todo lo que soy.

No prosigas, quédate en esta simple, firme y elemental conciencia de que tú eres como eres.

Epígrafe 1