Consagro este capítulo a
refutar la ignorante presunción de ciertas personas que insisten en que el
hombre es el agente principal en todo, incluso en la contemplación. Confiando demasiado en su natural sabiduría y en la
teología especulativa, afirman que Dios es el que consiente pasivamente,
incluso en esta actividad. Pero quiero que entiendas que en lo que respecta a
la contemplación, ocurre todo lo contrario. Dios solo es el agente principal aquí,
y no quiere actuar en nadie que no haya dado de mano todo ejercicio de su
entendimiento natural entretenido en una especulación inteligente.
No obstante, en toda obra buena, el hombre
actúa en colaboración con Dios, sirviéndose de su natural ingenio y
conocimiento para su mayor bien. Dios es también aquí totalmente activo, pero
aplicando, por decirlo así, una medida diferente. Aquí permite la acción del
hombre y la asiste a través de los medios secundarios: la luz de la Escritura,
la orientación fiable y los dictados del sentido común que incluyen las
exigencias del propio estado, de la edad y las circunstancias de la vida. De
hecho, en todas las actividades ordinarias el hombre nunca debe seguir una
inspiración, aunque sea piadosa o atractiva, hasta no haberla examinado
racionalmente a la luz de estos tres testigos.
Es razonable, ciertamente, esperar a que un
hombre sea capaz de actuar responsablemente. [...]
Así, en todas las actividades ordinarias el
ingenio natural y los conocimientos del hombre (dirigidos por la Escritura, el
buen consejo y el sentido común) toman iniciativas responsables, mientras Dios
con su gracia permite y asiste en todos los asuntos pertenecientes al ámbito de
la sabiduría humana. Pero en lo que respecta a la contemplación, ha de
rechazarse incluso la más refinada sabiduría humana. Pues aquí Dios solo es el
agente principal y él solo toma la iniciativa, mientras que el hombre consiente
y sufre su acción divina.
Esta es, pues, mi manera de entender las
palabras del Evangelio: «Sin mí, no podéis hacer nada». Significan una cosa en
todas las actividades ordinarias y otra completamente diferente en la
contemplación. Todas las obras activas (agraden a Dios o no) están hechas con
Dios, pero su parte consiste, como si dijéramos, en consentirlas y permitirlas.
En la obra contemplativa, sin embargo, la iniciativa le pertenece a él solo, y
sólo pide que el hombre consienta y sufra su acción. Puedes tomar esto como
principio general: «No podemos hacer nada sin él; nada bueno ni nada malo; nada
activo ni nada contemplativo».
Antes de dejar este punto, añadiré que Dios
está con nosotros también en el pecado, no porque coopere en nuestro pecado,
pues no coopera, sino porque nos permite pecar si es que optamos por ello. Sí,
nos deja tan libres que podemos ir a la condenación si, al final, optamos por
esto en vez de por un sincero arrepentimiento.
En nuestras buenas acciones hace algo más que
simplemente permitir nuestra acción. Nos asiste realmente; para gran mérito
nuestro si avanzamos, si bien para vergüenza nuestra si retrocedemos. Y por lo
que se refiere a la contemplación, él toma la iniciativa completa, primero para
despertarnos, y después, como maestro artesano, para trabajar en nosotros
conduciéndonos a la más alta perfección, uniéndonos espiritualmente a él en un
amor consumado.
Y así, cuando nuestro
Señor dice: «Sin mí, no podéis hacer nada», habla a todos, ya que todos en la
tierra caen en uno de estos tres grupos: pecadores, activos o contemplativos.
En los pecadores está activamente presente, permitiéndoles obrar como quieren;
en los activos está presente, permitiendo y asistiendo, y en los
contemplativos, como único dueño, despertándolos y conduciéndolos en esta obra
divina.
¡Ay! He empleado muchas palabras y he dicho
muy poco. Pero quería que entendieras cuándo has de usar tus facultades y
cuándo no. Quería que vieras cómo actúa Dios en ti cuando usas tus facultades y
cuando no. Creí que esto era importante porque este conocimiento podría
prevenirte de caer en ciertas decepciones que de otra manera podrían enredarte.
Y ya que está escrito, dejémoslo así, aun cuando no tiene mayor importancia
para nuestro tema.
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