Es de suma importancia el trato correcto de los sentimientos y de los
traumas. Muchas personas sufren heridas que arrancan desde la infancia o de la
vida en pareja, y no todas son conscientes de ello. Pero, una vez que se
sientan en el cojín, los traumas afloran obstinadamente a la superficie:
miedos y emociones que parecían superados hace tiempo aparecen de repente con una fuerza tremenda. Puede que se
activen fenómenos físicos y determinados talentos parapsíquicos, tales como las
visiones, la precognición y la telepatía. En el peor de los casos puede
ocurrir, como dije antes, que se deba dar por terminado el camino espiritual
o interrumpirlo. Pero para la mayoría será suficiente con aprender a tratar
esos problemas y a reducir su intensidad lentamente, sin rechazarlos.
Siempre que estos fenómenos no requieran un tratamiento
terapéutico, la regla básica es no rechazarlos, pero tampoco ocuparse de ellos todo el rato; simplemente tomar nota y
volver al ejercicio de oración. Habrá dificultades si uno se identifica con
ellos, si uno se instala en su resentimiento,
su rabia o su depresión, pues entonces ya no será tan fácil desembarazarse de ellos. Por consiguiente, la manera correcta del ejercicio consiste en
coger, por así decir, las emociones y
miedos de la mano y mirarlos sin
decirles ni sí ni no, para crear una distancia con ellos. Si esto se logra, los
problemas que han tenido prisioneras a las personas durante decenios se
van resolviendo con el tiempo por sí solos. Por supuesto, estas son tan sólo
unas cuantas indicaciones de carácter general.
En lo que respecta a los sentimientos positivos o
posibles estados de euforia o felicidad, estas sensaciones se convierten a
menudo en un obstáculo mayor que las sensaciones
desalentadoras, porque la tentación de identificarse con los sentimientos
agradables y quedarse apegados a
ellos es mucho mayor que con los desagradables. Uno cree haber llegado
ya muy lejos y está, por lo tanto, menos dispuesto al desprendimiento. Por
ello, el autor de “La nube del no saber” aconseja ocultar ante Dios,
durante el ejercicio, el anhelo de Dios. Algunos participantes encuentran
muchas dificultades al tener que desprenderse también de las ideas religiosas,
puesto que en nuestra educación religiosa hemos aprendido a orar cultivando
pensamientos y sentimientos piadosos. En la
contemplación, sin embargo, estos
pensamientos y sentimientos deben ser tratados igual que los
pensamientos y sentimientos profanos.
En lo que respecta a la voluntad, juntamente
con nuestro intelecto, memoria y sentimientos, constituye nuestra estructura del yo. Pero es precisamente esa estructura del yo la que el discípulo tiene que relegar en el camino espiritual para
poder desprenderse de ella. El yo acota un trozo de la realidad para ocuparse
solamente de ella. El ego se parece a una sola octava del piano. Mientras se sigan pulsando las teclas de esta
única octava no se podrán escuchar las notas de las demás octavas. Lo malo de la voluntad reside en su intento de
convertir las exigencias del camino en asunto suyo: entonces se propondrá expresamente desembarazarse del yo, lo cual es una paradoja perversa pues la voluntad no puede
desembarazarse de sí misma. Mientras se quiera avanzar en el camino espiritual no se adelantará nada. Solamente adelantará el que se desprenda de la
voluntad, y no el que quiera no querer.
La ola es el mar