Pero quizá tus insaciables facultades han estado ya ocupadas examinando
lo que he dicho sobre la obra contemplativa. Están inquietas porque está por
encima de su habilidad y te han dejado perplejo y dubitativo sobre este camino
a Dios. En realidad, no ha de sorprender. Porque, en el pasado, dependiste
tanto de ellas que ahora no puedes darles de mano fácilmente, aun cuando la
obra contemplativa exige que lo hagas. Al presente, sin embargo, veo que tu
corazón está turbado e inquieto por todo esto. ¿Es realmente tan grato a Dios
como te digo? Y si lo es, ¿por qué? Quiero contestar a todo esto, pero quiero
que comprendas que precisamente estas cuestiones surgen de una mente tan
inquisitiva que de ningún modo te dejarán en paz para asentir a esta actividad,
hasta que su curiosidad no haya sido apaciguada en cierta medida por una
explicación racional. Y puesto que este es el caso, no me puedo negar a ello.
Complaceré a tu soberbio intelecto, descendiendo al nivel de tu presente
comprensión, a fin de que después tú puedas remontarte al mío, confiando en mi
orientación y no poniendo trabas a tu docilidad. Apelo a la sabiduría de san
Bernardo, quien afirma que la perfecta docilidad no pone trabas.
Pones trabas a tu docilidad cuando vacilas en seguir la orientación de
tu padre espiritual antes de que tu propio juicio la haya ratificado. ¡Mira
cómo deseo ganar tu confianza! Sí, yo realmente lo quiero y lo conseguiré.
Ahora bien, es el amor lo que me mueve, más que cualquier otra habilidad
personal, grado de conocimiento, profundidad de comprensión o adelanto en la
misma contemplación. De todos modos, espero y pido a Dios que supla mis
deficiencias, pues mi conocimiento es sólo parcial mientras que el suyo es
completo.
Ahora, para satisfacer tu orgulloso intelecto, cantaré las alabanzas de
esta actividad. Créeme, si un contemplativo tuviera lengua y palabras para
expresar su experiencia, todos los sabios de la cristiandad quedarían mudos
ante su sabiduría. Sí, porque en comparación, todo el conocimiento humano junto
aparecería como simple ignorancia. No te sorprendas, pues, si mi desmañada y
humana lengua no acierta a explicar su valor de manera adecuada. Y no quiera Dios
que la experiencia misma degenere tanto que tenga que adaptarse a los estrechos
límites del lenguaje humano. ¡No, no es posible y nunca lo será; y no quiera
Dios que yo lo desee alguna vez! Lo que podemos decir de ella no es ella, sino
sólo sobre ella. No obstante, puesto que no podemos decir lo que es, tratemos
de describirla, para confusión de todos los intelectos soberbios, especialmente
del tuyo, que es la razón verdadera por la que escribo esto ahora.
Comenzaré haciéndote una pregunta. Dime, ¿cuál es la sustancia de la
perfección última del hombre y cuáles son los frutos de esta perfección?
Contestaré por ti. La más alta perfección del hombre es la unión con Dios en la
consumación del amor, un destino tan alto, tan puro en sí mismo y tan por
encima del pensamiento humano que no puede ser conocido o imaginado tal como
es. Siempre que encontramos sus frutos, sin embargo, podemos suponer que se da
en abundancia. Al declarar, por tanto, la dignidad de la obra contemplativa
sobre las demás, debemos primero distinguir los frutos de la perfección última
del hombre.
Estos frutos son las virtudes que deben abundar en todo hombre
perfecto. Ahora bien, si estudias cuidadosamente la naturaleza de la obra
contemplativa y consideras después la esencia y la manifestación de cada virtud
por separado, descubrirás que todas las virtudes se encuentran clara y
distintamente contenidas en la contemplación misma, no deterioradas por una
voluntad retorcida o egoísta.
No mencionaré aquí ninguna virtud particular, ya que no es necesario y,
además, has leído sobre ellas en mis otros libros. Bastará con decir que la
obra contemplativa, cuando es auténtica, es ese amor reverente, ese fruto
sazonado y cosechado del corazón de un hombre del que te hablé en mi pequeña
Carta sobre la Oración. Es la nube del no-saber, el amor secreto plantado
hondamente en un corazón indiviso, el Arca de la Alianza. Es la teología
mística de Dionisio, lo que él llama su sabiduría y su tesoro, su luminosa
oscuridad y su entender no entendiendo. Es lo que te lleva al silencio por
encima del pensamiento y de las palabras y lo que hace tu oración sencilla y
breve. Y es lo que te enseña a olvidar y repudiar todo lo que es falso en el
mundo.
Hay más todavía. Es lo que te enseña a olvidar y repudiar tu mismo yo,
según la exigencia del Evangelio: «El que quiera venir en pos de mí, que se
niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga». En el contexto de todo lo que
hemos venido diciendo sobre la contemplación, es como si Cristo dijera: «El que
quiera venir humildemente en pos de mi -a la alegría de la eternidad o al monte
de la perfección-...». Cristo fue delante de nosotros porque este era su
destino por naturaleza; nosotros vamos en pos de él por gracia. Su naturaleza
divina tiene una categoría superior en dignidad que la gracia, y la gracia la
tiene más alta que nuestra naturaleza humana. En estas palabras nos enseña que
podemos seguirle al monte de la perfección tal como se experimenta en la
contemplación, sólo a condición de que él nos llame primero y nos conduzca allí
por la gracia.
Esta es la verdad absoluta. Y quiero que entiendas (y otros como tú que
puedan leer esto) una cosa muy claramente. Aunque yo te he animado a seguir el
camino de la contemplación con simplicidad y rectitud, estoy seguro, no
obstante, sin duda o miedo a equivocarme, de que Dios todopoderoso,
independientemente de todas las técnicas, ha de ser siempre el agente principal
de toda contemplación. Es él quien ha de despertar en ti este don por la
gracia. Y lo que tú y otros como tú habéis de procurar es haceros completamente
receptivos, consintiendo y sufriendo su divina acción en las profundidades de
vuestro espíritu. El consentimiento pasivo y la perseverancia que aportáis a la
obra es, sin embargo, una actitud específicamente activa. Pues por la unicidad
de tu deseo, dirigido en anhelo constante hacia tu Señor, te abres
continuamente a su acción. Todo ello, sin embargo, lo aprenderás por ti mismo a
través de la experiencia y de la comprensión de la sabiduría espiritual.
Pero puesto que Dios en su bondad mueve y toca a diferentes personas de
diferentes maneras (a algunas a través de causas segundas y a otras directamente),
¿quién se atreve a decir que no pueda tocarte a ti, y a otros como tú, a través
y por medio de este libro? Yo no merezco ser su servidor, mas en sus designios
misteriosos puede operar a través de mí, si así lo quiere, pues es libre de
obrar como le plazca. Pero supongo que, después de todo, no entenderás realmente
esto hasta que no te lo confirme tu propia experiencia contemplativa. Digo
simplemente esto: prepárate a recibir el don del Señor escuchando sus palabras
y dándote cuenta de su pleno significado. «Quien quiera venir en pos de mí, que
se niegue a sí mismo». Y dime, ¿de qué mejor manera puede uno abandonarse y
despreciarse a sí mismo y al mundo que negándose a volver su mente hacia lo uno
o lo otro ni hacia nada relacionado con ellos?
10 y 11