Si un hombre
quisiera volverse hacia sí mismo con todas sus potencias, interiores y
exteriores, y hallándose en este estado no tuviese, además, en sí mismo, ni
imágenes ni apremios, encontrándose de este modo sin ninguna operación, ni
interior ni exterior, debiera examinar si no se siente entonces impulsado por
sí mismo a obrar. Mas si el hombre no se ve atraído por ninguna obra y no
experimenta el deseo de emprender nada, conviene forzarlo a obrar interior o
exteriormente -porque el hombre no debe satisfacerse con nada, por más bueno
que ello parezca o pueda ser- a fin de que, cuando le ocurra que se halle
sometido a una dura presión en una retracción sobre sí mismo [por operación de
Dios] de modo que se pueda tener más bien la impresión de que sobre este hombre
se obra más bien que lo que él mismo obra, aprenda el hombre a cooperar con su
Dios. No que sea preciso huir de la propia interioridad, ni desprenderse de
ella, ni a ella renunciar, sino que en ella, con ella y por ella debe
aprenderse a obrar de modo que la interioridad se manifieste en la operación
exterior y que se vuelva a introducir la operación exterior en la interioridad
y se habitúe uno a obrar de este modo sin coacción. Porque se debe volver la
mirada hacia esta operación interior y obrar a partir de ella, ya se trate de
leer, de orar, o, si así conviene, de realizar obras exteriores. Si la obra
exterior perturba la operación interior, que se siga la vía interior. Pero si
las dos pudieran estar unidas, ésta sería la mejor manera de cooperar con Dios.
[…] Mas si se
comprueba que las cosas no pueden acordarse, que una no tolera la otra, ve en
ello un signo cierto de que Dios no se halla en su origen. Un bien no se opone
al otro, pues así lo ha dicho nuestro Señor -“Un reino dividido no puede
subsistir”-, y ha dicho también: “Aquél que no está conmigo está contra mí, y
aquél que no recoge conmigo, desparrama”. Esto sea para ti, pues, un signo cierto:
si un bien no tolera otro o inclusive un bien menor, o aun lo destruye, no es
cosa que venga de Dios. Debe dar fruto y no destruir.
Instrucciones espirituales