Así, pues, entrégate a la tarea de la
contemplación con sincera generosidad. Golpea sobre esta alta nube del no-saber
y desecha el pensamiento del descanso. Pues te digo con franqueza que todo
aquel que desea ser contemplativo experimentará el dolor de la ardua tarea (a
menos que Dios intervenga con una gracia especial); sentirá agudamente el
precio del constante esfuerzo hasta que se haya ido acostumbrando a esta obra
durante largo tiempo.
Pero, dime, ¿por qué habría de ser tan
difícil? Sin duda, el amor ferviente despertándose de continuo en la voluntad
no es doloroso. No, pues es la acción de Dios, el fruto de su poder
omnipotente. Dios, además, ansía siempre trabajar en el corazón de quien ha
hecho todo lo posible para preparar el camino a su gracia.
Entonces, ¿por qué es esta obra tan fatigosa?
El trabajo, por supuesto, consiste en la incesante lucha para desterrar los
innumerables pensamientos que distraen e importunan nuestra mente y tenerlos a
raya bajo la nube del olvido, de que he hablado anteriormente. Este es el
sufrimiento. Toda la lucha nace del lado del hombre, del esfuerzo que ha de
hacer para prepararse a la acción de Dios, acción que consiste en suscitar el
amor y que sólo él puede llevar a cabo. Pero tú persevera, haciendo tu parte, y
yo te prometo que Dios no te fallará.
Mantente, pues, fiel a esta obra. Quiero ver
cómo progresas. ¿No ves cómo te ayuda pacientemente el Señor? ¡Ruborízate de
vergüenza! Aguanta la opresión de la disciplina durante un tiempo y pronto
remitirán la dificultad y el peso. Al comienzo te sentirás probado y oprimido, pero
es porque todavía no has experimentado el gozo interior de esta obra. A medida
que pase el tiempo, sin embargo, sentirás por ella un gozoso entusiasmo y
entonces te parecerá ligera y fácil. Entonces te sentirás poco o nada
constreñido, pues Dios trabajará a veces en tu espíritu por sí mismo. Pero no
siempre y por mucho tiempo sino según le parezca a él mejor. Cuando haga que tú
goces y seas feliz, déjale que obre como quiera.
Entonces quizá pueda tocarte con un rayo de
su divina luz que atravesará la nube del no-saber que está entre él y tú. Te
permitirá vislumbrar algo de los secretos inefables de su divina sabiduría y tu
afecto parecerá arder con su amor. No sé decir más, ya que la experiencia va
mucho más allá de las palabras. Aun cuando quisiera decir más, no podría
hacerlo ahora. Pues temo no poder describir la gracia de Dios con mi torpe y
desmañada lengua. En una palabra, aun en el caso de intentarlo, no lo
conseguiría.
Pero cuando la gracia surge en el espíritu de
un hombre, este ha de poner su parte para responder a ella, y es esto lo que
quiero ahora discutir contigo. Hay menos riesgo en hablar de esto.
Cap. 26