«En primer lugar la gracia muestra al hombre su
pecado, lo hace surgir ante él y, colocando constantemente ante sus ojos ese
terrible pecado, lo conduce a juzgarse a sí mismo. Le revela nuestra caída, ese
espantoso, profundo y sombrío abismo de perdición donde ha caído nuestra raza
por la participación en el pecado de Adán.
Luego, poco a poco, otorga una
profunda atención y el enternecimiento del corazón en el momento de la
oración.
Habiendo preparado así el vaso, de una manera súbita, inesperada,
inmaterial, toca las partes separadas y éstas se reúnen. ¿Quién es el que ha tocado?
Yo no puedo explicarlo.
No he visto nada, no he escuchado nada, pero me he
visto cambiado; repentinamente me he sentido transformado por el efecto de un
poder todopoderoso. El Creador ha actuado, para la restauración, del mismo modo
que actuó para la creación. Cuando sus manos tocaron mi ser, la inteligencia,
el corazón y el cuerpo se reunieron para construir una unidad total. Luego se
sumergieron en Dios y permanecieron allí durante todo el tiempo en que fueron
sostenidos por la mano invisible, inasible y todopoderosa»
El arte de la oración