lunes, 16 de enero de 2017

Que no estar en ninguna parte físicamente significa estar en todas espiritualmente.- La Nube del No-Saber, Anónimo del siglo XIV.


A lo mejor otro te diría que has de replegar tus facultades y sentidos dentro de ti mismo para allí dar culto a Dios. Diría bien, esto es cierto, y ninguna persona sensata podría negarlo. Sin embargo, por miedo a un posible engaño y a que puedas interpretar literalmente lo que digo, yo no quiero expresar la vida interior de esta manera. Me expresaré más bien en paradojas. No trates de replegarte dentro de ti mismo, pues, para decirlo de un modo simple, no quiero que estés en ninguna parte; no, ni fuera, ni arriba, ni detrás o al lado de ti mismo.

Pero a esto dices: «¿Dónde he de estar entonces? Según dices, ¡no he de estar en ninguna parte!». Exacto. De hecho, lo has expresado bastante bien, pues efectivamente quisiera que no estuvieras en ninguna parte. ¿Por qué? Porque no estar en ninguna parte físicamente equivale a estar en todas partes espiritualmente. Procura entender esto claramente: tu actividad espiritual no está localizada en ningún lugar particular. Pero cuando tu mente se centra conscientemente en algo, tú estás en ese lugar espiritualmente, de la misma manera que tu cuerpo está localizado ahora en un lugar determinado. Tus sentidos y facultades quedarán frustrados por falta de algo donde agarrarse y te increparán por no hacer nada. Pero no te preocupes. Sigue con esta nada, movido solamente por tu amor hacia Dios. No lo dejes nunca, persevera firme y fijamente en esta nada, ansiando vivamente poseer siempre a Dios por amor, a quien nadie puede poseer por conocimiento. En cuanto a mí, prefiero perderme en esta falta de lugar, debatiéndome con esta ciega nada, antes que ser un gran señor que viaja por todas partes y disfruta del mundo como si fuera dueño de él.

Olvídate de este modo de estar en todas partes y de todo el mundo. Su riqueza palidece junto a esta bendita nada y falta de lugar. No te inquietes si tus facultades no pueden captarla. En realidad, así debe ser, ya que esta nada es tan sutil que los sentidos no pueden alcanzarla. No puede explicarse, tan sólo experimentarse.

A los que acaban de encontrarla les puede parecer muy oscura e inescrutable. Pero, en realidad, están cegados por el esplendor de su luz espiritual más que por cualquier oscuridad ordinaria. ¿Quién crees que se mofa de ella como de una vacuidad? Nuestro yo superficial, naturalmente. No nuestro verdadero yo; no, nuestro verdadero e íntimo yo la aprecia como una totalidad por encima de toda medida. Pues en esta oscuridad experimentamos una comprensión intuitiva de todo lo material y espiritual sin prestar atención alguna especial a nada en particular.

De cómo el amor del hombre queda maravillosamente transformado en la experiencia interior de esta nada y de esta falta de lugar.


Cuán maravillosamente se transforma el amor del hombre por la experiencia interior de esta nada y de esta falta de lugar. La primera vez que la contempla surgen ante él los pecados de toda su vida. No queda oculto ningún mal pensamiento, palabra u obra. Misteriosa y oscuramente han quedado marcados a fuego dentro de ella. A cualquier parte que se vuelva le acosan hasta que, después de gran esfuerzo, doloroso remordimiento y muchas lágrimas amargas los borra profundamente.

A veces la visión es tan terrible como el resplandor fugaz del infierno y se siente tentado a desesperar de verse curado y aliviado alguna vez de su penosa carga. Muchos llegan a esta coyuntura de la vida interior, pero la terrible agonía y falta de consuelo que experimentan al enfrentarse consigo mismos les lleva a pensar de nuevo en los placeres mundanos. Buscan alivio en cosas de la carne, incapaces de soportar el vacío espiritual interior. Pero no han entendido que no estaban preparados para el gozo espiritual que les habría sobrevenido si hubieran esperado.

El que con paciencia mora en esta oscuridad será confortado y sentirá de nuevo confianza en su destino, ya que gradualmente verá curados por la gracia sus pecados pasados. El dolor continúa, pero sabe que terminará, pues ya va siendo menos intenso. Poco a poco comienza a darse cuenta de que el sufrimiento que padece no es realmente el infierno, sino su propio purgatorio. Vendrá un tiempo en que no reconozca en esa nada pecado particular alguno sino tan sólo el pecado como un algo oscuro, y esa masa informe no es otra cosa que él mismo. Ve que en él está la raíz y las consecuencias del pecado original. Cuando en otras ocasiones comience a sentir un maravilloso fortalecimiento y unos deleites inefables de alegría y de bienestar, se preguntará si esta nada no es, después de todo, un paraíso celestial. Vendrá, por fin, un momento en que experimente tal paz y reposo en esa oscuridad que llegue a pensar que debe ser Dios mismo.

Pero aunque piense que esta nada es esto o lo otro, seguirá siendo siempre una nube del no-saber entre él y su Dios.

Que así como comenzamos a entender lo espiritual allí donde termina el conocimiento del sentido, de la misma manera llegamos mucho más fácilmente a la altísima comprensión de Dios, posible en esta vida con ayuda de la gracia, donde termina nuestro conocimiento espiritual.


Persevera, pues, penetrando en esta nada que no está en ninguna parte, y no trates de emplear los sentidos de tu cuerpo ni sus percepciones. Repito, no están adaptados a esta obra. Tus ojos están destinados a ver las cosas materiales de tamaño, forma, color y posición. Tus oídos funcionan ante el estímulo de las ondas sonoras. Tu nariz está modelada para distinguir entre los buenos y malos olores, y tu gusto para distinguir lo dulce de lo agrio, lo salado de lo fresco, lo agradable de lo amargo. Tu sentido del tacto te indica lo que es caliente o frío, duro o blando, suave o áspero.

Pero, como tú sabes, ni la cualidad ni la cantidad son propiedades que pertenezcan a Dios ni a nada espiritual. Por tanto, no trates de usar tus sentidos internos o externos para captar lo espiritual. Los que se disponen a trabajar en el espíritu pensando que pueden ver, oír, gustar y sentir lo espiritual, interior o exteriormente, se engañan grandemente y violan el orden natural de las cosas. La naturaleza destinó los sentidos a adquirir el conocimiento del mundo material, no a entender las realidades íntimas del espíritu. Lo que quiero decir es que el hombre conoce las cosas del espíritu más por lo que no son que por lo que son. Cuando en la lectura o conversación topamos con cosas que nuestras facultades naturales no pueden escudriñar, podemos estar seguros de que son realidades espirituales.

Nuestras facultades espirituales, por otra parte, están igualmente limitadas en relación al conocimiento de Dios tal como es. Pues, por mucho que el hombre pueda saber sobre todas las cosas espirituales creadas, su entendimiento nunca podrá comprender la verdad espiritual increada que es Dios. Pero hay un conocimiento negativo que sí entiende a Dios. Procede afirmando de todo lo que conoce: esto no es Dios, hasta que finalmente llega a un punto en que el conocimiento se agota. Tal es la postura de san Dionisio, que dijo: «El conocimiento más divino de Dios es el que conoce por el no-conocer».

Quien lea el libro de Dionisio verá confirmado en él todo lo que he venido tratando de enseñar en este libro desde el principio hasta el final. A excepción de esta única frase no quiero citarle más a él ni a ningún otro maestro de la vida interior sobre esta materia. Hubo un tiempo en que era considerado como modestia el no decir nada de tu propia cosecha sin confirmarlo con textos de la Escritura o de otros maestros conocidos. Hoy, en cambio, esta clase de cosas se considera una moda vana en los engreídos círculos intelectuales. Por mi parte, no quisiera molestarte con todo esto, ya que no lo necesitas para nada.

El que tenga oídos para oír, que me oiga, y el que se sienta movido a creerme, que acepte con sencillez lo que digo por el valor que en sí tiene, pues en realidad no cabe otra posibilidad.
Cap. 68, 69 y 70.